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Destruir en nombre de un credo

Publicado el 26 julio 2011 por Bloggermam

Destruir en nombre de un credoDestruir es mucho más fácil que construir. Me refiero a la construcción de verdad, no a las fábulas que se completan en  siete días o a la generación espontánea partir de un aliento eterno o a cualquier otro invento más o menos fantástico.
Destruir es un acto en el que con un esfuerzo moderadamente pequeño se puede dar al traste en poco tiempo con el esfuerzo enorme, dilatado en el tiempo, de muchas personas.
Destruir es fácil, incluso puede ser espectacular, algo cuyo disfrute sólo está al alcance de un  perturbado, o alguien que ha abrazados credos dignos de estar en el salón de la fama de la imbecilidad humana.
La destrucción física es atroz. Hacer que un edificio se venga abajo lleno de gente, derribar un avión con el aforo completo, o matar a una persona a sangre fría, son tragedias que por desgracia tenemos presentes en nuestra retina. Pero, como sucede con el hambre en el mundo, es algo que sigue matando;  aunque nos hayamos acostumbrado a verlo con frecuencia en los informativos.
Pero hay una destrucción todavía mayor, una destrucción que desencadena de forma exponencial más destrucción a su vez. La destrucción de una mente. Aniquilar un cerebro en principio vivo y útil, colmándolo de ideas absurdas, alienándolo hasta que se convierte en un títere de la estupidez ajena. Un cerebro autodestruido que tiene como única misión acabar con todo lo que se salga de su reducido mundo y que no encaje en una visión sesgada de la realidad.
Por desgracia hay personas cuyos cerebros, por dejadez o por genética, son genuinas armas de destrucción al servicio de otros. Hay personas al que el mundo les viene grande y necesitan acotarlo al extremo. Necesitan una serie de normas sencillas, claras, deterministas que les permitan mantener a raya el miedo a lo que no es igual. Un lugar bien reglado en el que refugiarse de todo lo que desconocen y no quieren asumir como parte de la vida.
Arrinconar de este modo la poca o mucha capacidad de raciocinio no dejaría de ser algo anecdótico, si no fuera porque entre tanta norma más o menos bien dibujada se colaran, como virus, los mecanismos que conducen al fanatismo, la intolerancia y la violencia; agazapados, esperando que se pulsen los resortes adecuados para que ese cerebro enfermo se convierta en un terrorista, un asesino, capaz de cometer las atrocidades más grandes y poder justificarlo con absurdos ideales, credos variopintos y dislates inverosímiles.
Matar a una muchedumbre, a una raza entera, un país, una cultura ajena; en nombre de un dios, de un equipo de fútbol, de una bandera -tanto da el tipo de credo que se use para justificar una atrocidad- son armas que unos pocos pueden controlar a voluntad, en su beneficio. 
En un mundo en el que hemos construido, en el que nos movemos como bancos de peces al son de los dictados globales, cometer una carnicería está al alcance de cualquier bobo. No seas bobo y mantén tu cerebro lo más racional posible.

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