Arte: Jeremy Mann
Nada que decir. Mis ansias de fabricar palabras se esconden detrás de breves líneas que simulan ser poesías. Descaro total, incongruencia absoluta; culpas y vergüenzas anidadas en un matorral de ideas que no alcanzan a nacer. Escribo, corrijo, abandono.
Pasado el mediodía, los silencios se esconden detrás de los kilómetros que se deslizan debajo de mis zapatillas. Cuento números, minutos que suman cuartos de hora, completo los sesenta minutos y los sobrepaso, mientras el corazón bombea pidiendo por más aire.
Ridículamente pienso que mato a mi mente. Mi mente piensa en ella misma, claro, y sigue absurdamente -luego de tantos intentos de asesinato- vivita y coleando, hablando desde tempranas horas sin permiso ni descanso.
Ahora que mi cuerpo descansa de correr y mi mente no está ni cerca del agotamiento, me enfrento a su insistente energía.
Se corta la electricidad y queda mi alma en penumbras. El silencio se acrecienta convirtiéndose en un gigante que abarca todo el salón, mientras la luz de la tarde corre hacia la vereda de enfrente. Prendo una vela, y resalta la estampa del arcángel Uriel. Salida de dónde? Del interior de un libro que llevaba años sin hojear. Imposible recordar su procedencia ni el por qué de semejante adquisición, si el Universo ya sabe que no molesto ni a los santos con pedidos cotidianos.
A falta de música, suena el repiquetear de las teclas de la máquina de escribir, que estampa éstas y otras incoherencias mientras mi mente salta por detrás metiendo uno y otro bocadillo. Yo ajena, dejo que mis dedos y ella se batan a duelo.
Necesito vacaciones.
Arte: Jeremy Mann
El vecino de arriba, el del primero C, que hasta hace unos minutos miraba los “Argento” a todo vapor, se ha encontrado con que el destino y una falla en la cooperativa eléctrica lo han dejado sin programación. Estimo que andará dando vueltas entre la heladera y la mesada, o que tal vez se echó una siesta tardía.
A una cuadra y diez metros, el quiosquero sigue en su actitud diaria: sentado mirando hacia la pared lateral mientras la radio a pilas replica las noticias vía amplitud modulada. Nada cambió su ecosistema de dos por dos, su afirmación de que la cuadra está terrible, la gente trastornada y que la especie humana vive amenazada y en vías de extinción se ve reforzada por la falta de luz artificial. Ya son las seis de la tarde y aún le quedan seis diarios locales por vender. Luego iré yo, sobre las ocho y le pediré uno, y el dirá que “la gente hace cada cosa!”.
En la calle es hora pico. Dudo de la validez de esta expresión, será pico por cima? En fin, las calles están aturdidas por vehículos con mamás –algunos papás- y con chicos interactuando en el interior. Cada individualidad mimetizada con su destino inteligente –llámese Android o similar-.
Ha vuelto la luz y me llama a las tareas. La balanza que vuelve a pesar los gramos exactos de semillas, mientras las rueditas de cereales de colores se escapan de la bolsa.
Son momentos, pinceladas, vaguedades, detalles, granitos de acontecimientos sin ton ni son, que a la noche sumarán la totalidad del día y se escurrirán con el agua tibia de la ducha.
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