Revista Talentos

Determinaciòn

Publicado el 12 febrero 2015 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
DeterminaciònMirábamos obras en silencio, algunos snobs entusiastas paseaban por ahí, todo era muy blanco. Eladia,
enjuta, con su vestido negro sostenido por su joroba incipiente, escrutaba un cuadro donde algunas manchas coloridas se abarrotaban sobre un ojo, era de un húngaro. Una lágrima breve recorría el laberinto que formaban las arrugas de su cara.
- Magnífico. Que sensibilidad la de este hombre!.
Asentí con una media sonrisa como se asiente a los intelectos inferiores. Después de todo ella no tenía porqué saber que ese cuadro era una burda representación de la sociedad de la información, una imagen trillada.  Ya bastante tenía con saber que moriría en breve como para que yo le diera mi opinión de ese cuadro insignificante. Caminamos lentamente por el infinito mármol del museo, los snobs ya se habían retirado,  los celadores nos perseguían con el afán de incomodarnos para que nos retiraramos. Los ignoramos. La mente se acostumbra a abstraerse de la realidad cuando lo que nos pasa nos agobia, es un paliativo a corto plazo, cuando volvemos a estar expuestos concientemente a las injusticias del mundo y a la violencia de lo cotidiano el golpe es demasiado duro, así como también estar demasiado tiempo en la realidad nos genera una intolerancia tal que suele terminar en suicidios cortando por lo sano.
El andar de la anciana me generaba un poco de ansiedad, tal vez en el fondo quería que muera de una vez, quería saber como me las arreglaría para enfrentar la soledad que se avecinaba. En mis cincuenta y ocho años, cumpliendo el mandato del hijo menor sólo me dedique a ella y un poco a la escritura, ambas tareas acotaron mi vida social al punto de que mi contacto con el exterior se basaba en la banalidad del comercio de supervivencia. No me arrepiento en absoluto, uno entrega la vida a las causas que lo merecen, y Eladia era una de ellas. Superó la guerra, el cambio del teléfono al microchip, un marido ausente por la Patria, la escasez y la abundancia. Es la fuerza del ser humano, la ignorancia, la esperanza.
Ella no me miraba a los ojos desde hace mucho, nunca llegué a darme cuenta si yo le daba verguenza o viceversa. Frecuentemente tomaba mi mano, tal vez había logrado la capacidad de darse cuenta cuando alguien tiene miedo, tal vez vivir conmigo tantos años le había dado ese superpoder, vivo con miedo desde que recuerdo, hoy ante su muerte mi miedo es más acentuado, ella toma mi mano más seguido. La piel de sus palmas raspaba.
-Vamos,que la gente quiere volver a sus casas y los estamos importunando.
A ella no le importaba ninguno de los trabajadores del museo, no quería admitir que se había aburrido, no se lo haría notar hoy, no necesita más disgustos. Afuera estaba el frío de Buenos Aires, ese frío triste. Eladia pidió sentarse en la escalinata de la salida, aunque le hice notar la suciedad compuesta de polvo y envolturas de golosinas, se sentó. Fui a su lado.
- Mire la luna. Es una belleza.
Asentí casi sin mirar, tenía en mi cabeza una mezcla de recuerdos donde confluían doctores dando malas noticias,  el olor a tortilla de papas y un pañuelo bordado con mis iniciales. La vieja apretó mi mano más fuerte que de costumbre, casi sentí sus manos escamosas penetrar mi piel.
-Quisiera irme así, ahora.
Me miró a los ojos, estaban más cadavéricos, oscuros, llenos de desesperación.
-¿Usted puede hacerme ese último favor?
Con un gesto de negación, repitiendo la media sonrisa, esta vez nerviosa, le pedí que volviéramos a casa. En silencio, tomamos un taxi, el espectáculo de las luces del bajo reflejándose en su cara a través del espejo fue la última imagen que tengo de Eladia. Al llegar se acostó sin saludarme, se recluyó en su cama hasta el mediodía, momento en que la encontré muerta, pequeña en su camisón. Me acosté a su lado, encendí la radio, permanecí en silencio hasta la noche, momento en que cargué su cuerpo y lo deposité en las escaleras del museo, de cara a la luna. Me senté a su lado, tomé su mano por última vez, me prometí no sentir miedo nunca más. Abandoné la promesa al poco tiempo, vivir sin miedo es muy peligroso.

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