Ayer fue un diluvio, hoy aparecieron unos rayos de sol. Tu caminabas por una larga carretera, rodeada de árboles de un verde intenso con los primeros copos de nieve en sus puntas. El aire era un poco frío, la humedad alcanzaba todo el ambiente. Seguías tu ruta con tu campera azul con lineas amarillas, respirando agitadamente porque trotabas para mantener el calor de tu cuerpo. Nunca miraste hacia atrás. ¿Por qué no lo hiciste? Por momentos te me hacías tan distante, debía mover montañas para sentirte cercano a mí. Como quería ver tus ojos brillantes y tu cabello desordenado. Luego desapareciste en un cruce, te fuiste lejos, allá donde yo no puedo ir.
Te espere en el lugar al cual siempre vuelves por semanas, seguía soñando contigo cada noche, siempre te ibas sin verme, yo nunca te alcanzaba. Recordé ese día soleado de primavera con las primeras flores de cerezo decorando el sitio donde nos conocimos. Ahí espere por ti, escribiendo mi diario, dedicándote cada palabra escrita, trate de comprender porque todo era tan complicado, rogaba poder ser como tu, quería irme contigo a esos sitios maravillosos que te necesitan. Hasta que al fin llegaste.
Te veías muy cansado, no quise preguntar lo sucedido, preferí mantener el silencio y solo observarte. Sentí que estabas cómodo conmigo, me di cuenta la gran facilidad de comunicación con miradas que hemos logrado, la forma con la cual miramos el cielo con esas nubes esponjosos y risadas que tanto nos gustan, lo claro y simple que es todo si te encuentran junto a mí, los viajes de días por el bosque sin descanso, tu protección incondicional y nuestras risas que se vuelven un cantar de aves.
Por primera vez has logrado quedarte por mas de un mes, un mes maravilloso en el cual fuimos a visitar la casa de tus padres. Me contaste tu gran secreto, lo triste y complicado que fue asumir tu nueva misión. Lo que significo tener que abandonar tu vida en la Tierra, el dejar a tus padres solos aquella tarde de abril del 2006. La casa estaba vacía con la pintura descascarándose por el pasar del tiempo, vi tu foto en la mesa de noche de tu madre, vi correr por tus ojos lagrimas al cerrar nuevamente la puerta principal.
-Estás cosas me hacen llorar. Añadiste. -Me hacen llorar cada día.
No podía imaginar verte llorar, nunca lo hacías. Siempre parecías seguro y frío frente a situaciones difíciles. Pero el me dijo:
-Te contare que hago. Pongo todas las cosas tristes en cajas que cierro y envuelvo en cinta. Las apilo en un rincón y echo una manta sobre ellas. Por eso ahora no tengo que mirar esas cosas tristes. Supongo que algún día, si yo quisiera, las podre abrir.
Guarde silencio. Yo también quería lograr guardar todo en cajas. -Pero cómo lo logras hacer. Añadí
-Uno tiene que imaginar. Imagina poner esas cosas tristes en las cajas y ponerle cinta adhesiva. Imagina empujándolas a un lado de tu cerebro, en el que no tropieces con ellos cuando estés pensando normalmente, y luego echa una manta por encima. ¿ Tienes cosas tristes que olvidar?
No respondí. La única cosa triste que me gustaría guardar en cajas selladas para siempre seria su recuerdo y los momentos felices que vivimos, si el ya no volviera jamas.