En esta historia que ahora me permiten contar, más bien que he decidido yo contar hay un sin fin de elementos que he tratado de dilucidar, de entender a lo largo de mi extenso andar. El universo se equilibra, y no lo hace a destajo, hay razones, desconocidas para nosotros, perfectamente calculadas en la mente de los sabios. Todos pasamos por tiempos buenos y malos, aún los superhéroes, las pueden llamar de miles de maneras, pruebas, obstáculos, otros le dicen vida, hay quien las llama experiencias, yo confieso no saber que nombre ponerle, a veces no se como llamar a mi propio existir.
Aquella mañana desperté y supe que era hora de enfrentarme a mi mismo, el humano, el superhéroe, a mi mezcla, la cual no pedí, la cual me fue entregada en un día como hoy, cuando llegué a la Tierra, cuando aprendí la diferencia entre reír y sentir. Aceptar la verdad es duro pero entendible, aceptar la mentira es duro e indescifrable, mi transcurrir había gozado de horas y horas de perseguir a la nada, haciendo el bien ciertamente, pero en busca de un fantasma que nunca encontré, que se me hacía esquivo con el pasar de los días, todos tenemos momentos de rebelión.
Aquella mañana desperté y un dolor extraño recorrió mi cuerpo, el humano, el superhéroe, un lado mío lo evitó, el otro lo absorbió. Decisiones hemos de tomar que son solo los puentes que construimos al caminar, la mayoría se hacen en el aire, son parte de un sueño que se desvanece una vez que hemos cruzado, al mirar atrás solo queda una estela traslúcida que juguetea con las nubes, la cual nos indica que al otro lado no podemos volver, que está hecho, que has jugado, que la vida has marcado, que el tiempo ha pasado y tu sigues, sigues, sigues allá estampado.
Aquella mañana desperté y no supe donde estaba, el humano, el superhéroe, quise extender mi mano para que alguien me ayudara pero el vacío rozó mi piel. Solos venimos, solos estamos, solos nos vamos, la compañía es solo una ficción que utilizamos para buscar las razones, pero en definitiva uno somos, individuos, solitarios, en un viaje sin destino, el cual vamos haciendo a medida que tropezamos una y otra vez. Desarrollamos algo que llaman paciencia, que no es más que una píldora contra el dolor, que simplemente nos seda ante lo que no podemos comprender.
Aquella mañana desperté y me ví verde, el humano, el superhéroe, apenas un pichón, sin ninguna madurez y por ende debatiéndome entre lo que se debe hacer y lo que no puede ser. Entendí que mi cuerpo había crecido pero mi mente apenas gateaba, el hecho de pensar todavía en ese brillo distante me confirmó que debía ascender, el saber que mis batallas habían dañado, que mi eterna lucha se había llevado seres por el medio, sin detenerme a meditar sobre las consecuencias inmediatas del poder que tienen las palabras para herir, allí prometí contar, lo sucedido, pero esta vez sin arrastrar.
Aquella mañana desperté y mis voces internas ya no estaban, el humano, el superhéroe, por un momento me sentí solo, pero es que la hora debe llegar, el viento sopla con fuerza y mis velas debo izar. Comprendí que si ganamos hemos perdido y si perdimos hemos herido, si perdono se ensancha mi alma y con una mirada se aprende una vida. Mis dudas despejadas estaban, mi postura enderezaba, sigo aquí, sin esperar, aquí sigo, conmigo mismo, he aprendido a aceptar que el cambio trae rastros indelebles para el alma, he ahí un dulce dilema, permanezco o me muevo.
Aquella mañana desperté, como hice muchas veces, el humano, el superhéroe, para mi un día cualquiera, para otros el día que llegué a la Tierra. Me miré al espejo y pude ver al mismo de siempre, con su pena a cuestas, pero feliz de estar allí, con su misma sonrisa de niño, sus recuerdos intactos, y aprendiendo a olvidar. Mi maestro cansado como estaba, se acercó y me abrazó, con su voz siempre calmada me dijo “La vida es una tragedia para los que sienten, y una comedia para los que piensan”, luego se retiró y más nunca le vi, el siguió su camino, yo el mío, y es así que por mi parte pienso, por eso me río cada vez que pienso en este lugar que caí…