Querer controlar a los demás es un comportamiento espantoso que, sin embargo, repetimos continuamente, con mayor o menor sutileza. Decimos lo que hay que hacer y cómo debe hacerse. Utilizamos el dinero y el poder para conseguir lo que queremos de otras personas. Empleamos métodos pasivos-agresivos para manipular la situación con quejas, intentando crear mala conciencia en el otro o abrumándolo con atenciones para que se sienta obligado a correspondernos. Pero, aunque parezca una paradoja, nunca controlamos tanto una cosa como cuando la dejamos en paz.
Cuando el maestro zen Shunryu Suzuki habla de permitir que los demás sean egoístas, quiere decir dejarles que examinen su vida a su propio ritmo. Dejémoslos con sus errores y sus descubrimientos. Basta con observar el proceso. Cuando lo hagamos así, nos daremos cuenta de que no podemos controlar a nadie. Lo más que podemos hacer es controlar nuestra necesidad de controlar. Cuando nos olvidamos de una obsesión – y abandonamos la fantasía de control – al menos podremos controlar a nuestro mejor aliado, que no es otro que nuestra propia mente.
¿Intentas controlar a los demás? ¿Cómo y por qué lo haces? ¿Cómo te sienta que otros lo intenten contigo? Procura abandonar poco a poco la idea de tener que hacer las cosas de una determinada manera para sentirte cómodo y seguro. Disfruta de la libertad que proporciona no tener que controlarlo todo, es simplemente PRECIOSO.