Revista Literatura
Una completa locura de efeméride la del Día del Libro. El correo saturado desde primera hora con ofertas en todo tipo de textos; autores de un sitio a otro, descuentos en talleres literarios de varios géneros y actividades para ocupar todas las horas.
Una jornada desconcertante, en la que no paré un segundo.
El resto del año tan preocupada por leer, y este día es el único en que no he podido alcanzar casi una sola línea. Ni mirar de lejos una librería. Ni enterarme de nada.
¿No es gracioso?
Y la sensación de estar en un sitio donde no quiero estar, haciendo cosas que no quiero hacer, sin tener la certeza de que el gasto en vivir para trabajar (pésima distribución de horarios de un trabajo por horas) alcance para algo.
Es tan ridículo que al llegar por fin al escritorio, sobre las 22.30 de la noche, no me quedaban fuerzas para quejarme ni echar espumarajos por la boca. Dos libros por delante. Tiempo cronometrado al milímetro para escribir.
Nada más.
La próxima vez que escuche a alguien pronunciar el bloqueo del folio en blanco, sillazo en la cara.