Revista Literatura

Diagnóstico para Ruiz

Publicado el 15 septiembre 2011 por Netomancia @netomancia
El escritor miró incrédulo a su doctor. No daba crédito a lo que oía. Además, el hombre que tenía del otro lado del escritorio le hablaba con aire despreocupado, mientras garabateaba algo en un recetario y miraba hacia un costado, en lugar de mirarlo a él.
El doctor se lo volvió a repetir. Palabra por palabra. Ese era su diagnóstico. Y ahora sí lo miró a la cara, con la intención de enfatizar su veredicto y no dejar margen para nuevas preguntas.
- ¿Y entonces? - preguntó el escritor.
El médico se quitó las gafas se pasó la mano por la frente, cansado, exhausto. Un día largo, agotador y delante un escritor que prefería ignorar una respuesta tan obvia como inevitable.
- Entonces debe hacer el esfuerzo.
Salió del consultorio compungido. Quizá se trataba de una broma, de alguien en la editorial que en esos momentos se estaba descotillando de la risa en alguna parte. Pero era imposible, nadie le había sugerido ese especialista. Había ido tras consultar a otros profesionales. Estaba desorientado.
Camino a su casa, se sentó en un banco de la plaza. Necesitaba pensar, utilizar la lógica. La noticia que acababa de recibir no era la que esperaba. ¿Pero... que otra cosa esperaba? Sobre todo tras recorrer media ciudad visitando profesionales de salud sin que ninguno pudiera dar en la tecla con sus malestares.
¿Cuando habían comenzado? ¿Después de la postulación al Cervantes de Literatura o antes? Ya no recordaba. Quizá había sido entre la escritura de "El Fausto desaparece" y "Urdimbres en invierno". Las dos habían sido un éxito, pero estaba seguro que antes de emprender "Urdimbres..." ya sentía alguna que otra cosa.
Con más de treinta libros escritos y diez obras teatrales, de las cuales cinco se mantenían en cartelera en los teatros más importantes del mundo, era uno de los escritores más importantes en su lengua. Y quizá, aventuraban los críticos literarios, de todo el planeta. Los elogios llovían a caudales. En cada presentación sus manos se acalambraban de firmar ejemplares. Los medios no paraban de solicitar entrevistas. Sin embargo, a pesar de todo, se encontraba en aquel banco de la plaza, mirando el suelo, aún sin comprenderlo.
A él, que la vida le había concedido el don de lo magistral, de las palabras gráciles, que habían arrancado lágrimas y sonrisas en la misma proporción que sus libros habían derribado barreras idiomáticas, hasta alcanzar confines insospechados en toda la circunferencia terrestre. A él, justo a él, aquel diagnóstico. Quiso llorar, pero no pudo. Le dio vergüenza. Después de todo, no era el fin del mundo.
El médico le había dicho con claridad lo que debía hacer.
- Debe ser mediocre Ruiz. El éxito lo está matando, lo carcome por dentro. La mediocridad es su única salida.
El escritor se puso de pie, decidido a cambiar su vida. Ya no le importaría el éxito, los aplausos, los elogios. Sería mediocre, si señor. Y en esa mediocridad, sanaría.
Y así lo hizo. Lo intentó con todas sus fuerzas. Sin embargo, sus posteriores libros fueron best sellers en todos los idiomas a los que se los tradujo. Recibió nuevos honores y elogios de la crítica mundial. Murió cinco años después, sin haber llegado a los cincuenta.
Ruiz no había nacido para ser mediocre, por más que lo intentara.

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