Desde la privilegiada terraza del Morrysom bar, uno de los pocos lugares de Barcelona donde aún se pueden comer unas buenas tapas a un precio decente, se ve la ciudad con otros ojos. Lo comprobamos ayer los sospechosos habituales, acompañados esta vez de un fichaje de última hora que se sumó a la ya habitual tertulia poco literaria de los jueves. Media de morro y oreja, una de jamón serrano, algo de queso manchego, revoltillo de espárragos y unos mejillones a la marinera pedimos y lo acompañamos con las correspondientes cañas que también aquí saben mejor que en la mayoría de bares. Después de insultar un rato a Mourinho y por extensión a todo portugués que pudimos recordar, pasamos a hablar de temas serios, de esos que te quitan el sueño. Resulta que el Ayuntamiento de Cacelona, a modo de estrategia para disimular este franquismo de partidos en el que vivimos, ha decidido ahora imponernos un referendum para, en teoría, decidir cómo queremos que sea la avenida Diagonal, una de las principales calles de nuestra hermosa ciudad invisible, que diría Juan Villoro.
Adjunto el artículo de Quim Monzó, publicado ayer en La Vanguardia, que explica perfectamente el lamentable asunto. Sólo nos queda participar de la farsa y votar, justamente, la opción C. Por conformismo. Obvio.
Ayer, M. Dolores García señalaba lo tramposas que son las banderolas que el Ayuntamiento barcelonés ha instalado para promocionar la consulta sobre la Diagonal: "Recogen las opciones A y B, que contemplan reformar la vía, pero es difícil - si no imposible-hallar la opción C, dejarla como está. No es de extrañar sabiendo que la campaña la paga la empresa del tranvía, interesada en la reforma para instalar ese transporte por la Diagonal".
Lo de esa consulta es un escándalo. Primero, se sacan de la manga una reforma innecesaria, puro despilfarro, simplemente por intereses de un alcalde necesitado de inventos del TBO (el de los Juegos Olímpicos de invierno es otro). Luego, para que el populacho crea que al Ayuntamiento le interesa su opinión, plantean una consulta popular en la que hay que escoger entre tres opciones, la A (bulevar), la B (rambla) y la C (dejar la avenida tal como está). Pero, acto seguido, como indicaba García, esconden la opción C para que a la mayoría de los ciudadanos le pase desapercibida. Ya es demencial que gente sin preparación específica ninguna (y desde los dieciséis años) decida sobre cuestiones de urbanismo. ¿Cómo sabe un lego en urbanismo lo mejor para una de las arterias principales de la ciudad? Lo de Hereu es populismo rastrero. Si fuese cirujano y estuviese en la disyuntiva de operar o no a un paciente de rotura de menisco y ligamento cruzado anterior, ¿lo decidiría sometiendo la cuestión a consulta popular? Un poco más de seriedad, por favor. El descaro de Hereu demuestra que, más que la ciudad, lo que le importa es su permanencia en el cargo, cueste lo que cueste la chistera de la que pueda ir sacando conejos. Si de verdad le importase la Diagonal y no sus propios intereses electorales, lo decidirían los urbanistas y punto. Hace unos días, leí en La Vanguardia lo que opinaba Maria Rubert, "arquitecta y vecina de la Diagonal desde hace 52 años". Con sentido común decía que las consultas populares no son necesarias porque el Ayuntamiento dispone de técnicos muy buenos para decidir lo mejor para la ciudad, que la reforma no es necesaria y que con un bus exprés bastaría. Pero, claro, la empresa del tranvía no paga banderolas porque sí.
En una nueva muestra de desfachatez, anteayer Hereu arremetió contra los ciudadanos que tuviesen intención de votar la opción C. Una nota de Efe explica que Hereu advierte que votar la opción C en la consulta sobre la Diagonal "es conformismo, es confusión, no lleva a tomar ninguna decisión". ¿Cómo puede alguien plantear una consulta y, simultáneamente, despotricar de una de las opciones y menospreciar a quienes hayan decidido votarla? ¿Imaginan una Junta Electoral que convocase elecciones libres y a la vez dijese que, sobre todo, a la opción C no hay que votarla?