... Era cerca de la medianoche cuando un aguacero impensado se desplomó sobre el despojo de Colonia El Porvenir y la iglesia develó todas sus goteras. Una razón más para largarnos cuanto antes de este caserío al que parece no agradarle nuestra visita. Sé que es una jugarreta de mi imaginación y que no es posible, pero ayer vi a la vieja Lucía. Llevaba un gato siamés en su regazo y se dirigía al consultorio del doctor Vitali, como todas las mañanas. No le dije nada a Flores, pero me hice una escapada hasta el cementerio. Su panteón estaba abierto. No me animé a entrar.
Quizás hay que dejar los espectros en el pasado. Quizás no era tan buena idea esto de recordar a Martín y avivar fantasmas. O a lo mejor es el momento ideal después de los indultos presidenciales y un plan económico parecido al de Martínez de Hoz pero aplicado a comienzos de los noventa.
Traje conmigo el cuaderno de anotaciones del Negro, sus dudas ante una lucha que, intuyo, sentía en retroceso desde que Montoneros pasó a la clandestinidad y las acciones militaristas estuvieran a la orden del día. "Cuando vos confiás en un compañero, cuando tu vida depende de una cita diaria no te hacés tantas preguntas", escribió en uno de los márgenes.
Sonrío. Esa respuesta es para mí. Es fácil reflexionar sobre los hechos unos quince años después. Supongo que por eso le dejó el cuaderno a Flores, a sabiendas que éste me lo alcanzaría alguna vez y entablaríamos este diálogo sobre la historia que, al fin y al cabo, es un diálogo sobre nosotros y nuestro tiempo.
Pavada de frase. Grandilocuente y jactanciosa. Estoy seguro que Martín se hubiera muerto de risa, aunque era consciente que aquellos años fueron de palabras absolutas, no había lugar para medias tintas. Patria o muerte, Liberación o Dependencia, así se percibía. El futuro estaba al alcance de la mano y había llegado la hora de los pueblos.
" Aquí estoy para vivir/mientras el alma me suene, / y aquí estoy para morir, / cuando la hora me llegue, / en los veneros del pueblo/desde ahora y desde siempre. / Varios tragos es la vida/y un solo trago es la muerte."* , escribió Martín en este cuaderno que sigue hablando conmigo y desliza sus palabras en una suerte de diálogo postergado que se puede realizar en cualquier momento, pues para eso están los amigos.
Suerte de diálogo postergado, esto va de mal en peor. Quizás ya sea hora de volver a casa, cruzar el Aqueronte con la esperanza de no hundirme y dejar que el olvido haga su trabajo. Pero todavía no puedo. Coincido con Martín - y seguimos con los diálogos - que este caserío abandonado es un metáfora del país, los restos de un porvenir habitado por nostálgicos y derrotados (porque no somos otras cosa Flores y yo) que no se resignan a las risas superficiales y al olvido por decreto.
* Hernández, Miguel, "Viento del pueblo", del poema "Sentado sobre los muertos", Valencia, Ediciones "Socorro Rojo", 1937, Archivo digital.
De "El porvenir es una ilusión", novela, editada por Colisión Libros, 2012