Me mira, con la cabeza erguida, majestuosa. Cualquiera podría perderse dentro de esas pupilas. Ella se despereza. Avanza hasta donde estoy. Me da golpecitos con una pata sobre la pierna. -¡Mírame!, dice en silencio, con los ojos. Dejo el libro. Ella sube de un salto a mis piernas. Se enrolla. Apoya el hocico sobre las patas. Cierra los ojos. -¿Será posible que seas tan descarada? –le pregunto, mientras acaricio su pelambre negra.Ella ronronea.
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