“Soy muy amiga de mis amigas”, me soltó Diana, con vehemencia.
Cuando oigo algo tan vacío, me dan ganas de llenarlo, sobre todo con humor. Pero resistí la tentación. A veces, la cara de poker ayuda a que el otro se esfuerce en hacernos entender lo que fue dicho y pareció no ser captado. Así que me aferré a esa esperanza. Dio resultado.
“Quiero decir, que siempre estoy ahí cuando me necesitan. Que soy un poco psicóloga de mis amigas, ya sabes, que cuando tienen problemas acuden a mí y se desahogan”
A estas alturas de la conversación, mis ojos alcanzaron la dimensión emoticónica más ojiplática de la que un ser humano puede ser capaz. Pero entendí su confusión acerca de esta profesión, y asentí con resignación.
Sus amigas solían llamarla cuando necesitaban despotricar de sus parejas, esos seres despreciables venidos del inframundo (Hombres) siempre injustos y descuidados, cuya única misión en la vida era jorobarlas. Las amigas se empeñaban con ahínco en el arte de la crítica y Diana invertía con igual esmero en escucharlas. Un círculo vicioso de mal pronóstico.
Resultó ser que Diana, ofrecía a sus amigas, sin saberlo, la posibilidad de postergar lo inevitable, hasta hacerlo imposible. Es decir, lejos de ayudarlas, las perjudicaba, pero con cariño.
Ella les servía de válvula de escape para descomprimir tensiones, cuando precisamente, las tensiones son las que permiten moverse y actuar. Sin incomodidad no hay cambio.
La descarga de rabia y hartazgo por acumulación, conduce al vaciado en chorro, con su consecuente alivio inmediato, tan agradable como inútil...porque sólo es temporal. Mala inversión.
Si las amigas de Diana decidieran resolver sus vidas en lugar de parchearlas, dirigirían sus quejas, anhelos, miedos, deseos, peticiones y demandas, a los sujetos responsables de su malestar, no a terceros. Sólo así lograrían sacudirse la ansiedad y amargura permanentes, y quizás entonces, podrían descargar sobre Diana, unas risas en lugar de cansinas e inútiles charlas.
Y Diana abandonaría el hábito de no ayudar.