He sentido en los violentos latigazos del atardecer como ciertas veces mi cerebro ardía como la aurora. Consumiéndose en inútiles naderías como la filosofía y el arte, que ofrecen falsos consuelos contra la muerte, se deshacía como brasa amarga en sus teorías fútiles. Mi corazón se ha rebelado, estéril, ávido de pasión pero al fin vencido por la templanza seca y temerosa de una conciencia helada. Y fue a esa confusión de mis entrañas dominadas por una realidad cruel y la chispa de una voluntad indomable y sin origen que siempre acogió lo más hondo de mi anhelo infinito, contra toda razón y toda cordura, aquello en lo que di en llamar el alma.
Hasta pronto. Sed felices.