Marzo de 2007.
En casa vivimos seis personas: la pareja que ideó esta familia, mi mujer, Marta, y yo; dos niñas, Sara y Marta; el pequeño, Juan; y el abuelo, Manuel, mi suegro. Trotski, un labrador negro más bueno que el pan, y una hipoteca —sin nombre, ahora que caigo— también viven con nosotros.
La hipoteca manda —somos gente de orden, alguien tiene que llevar los pantalones—, un grito suyo puede zanjar el más agrio debate en torno al destino y duración de las vacaciones, por ejemplo. El abuelo es el perfecto comodín, sin él todo se descuadra: recoge a los niños del colegio, va al banco, se queda en casa para atender al fontanero... y aporta su pensión cuando el fin de mes se aleja esquivo. Trotsky y mi suegro le dan a esta familia equilibrio, sensatez, la dosis de sentido común que nos hace mantener los pies en el suelo.
Todo está controlado. Mi mujer tiene contrato fijo y mi trabajo da dinero in crescendo a medida que la construcción corre y corre. El dinero no es un problema. Trabajamos mucho, sí, pero vivimos razonablemente bien.
Octubre de 2008.
La construcción a tropezado, a caído y se ha roto la crisma, y con ella mi trabajo. Todo está controlado. No vivimos por encima de nuestras posibilidades, sabemos que no somos ricos. Tengo dos años de paro. Con el sueldo de mi mujer y la prestación por desempleo nos da de sobra para mantener la economía domestica casi sin cambiar nada; y no creo que necesite más de unos meses para encontrar trabajo. Nunca he estado parado, ¿me voy a asustar ahora?
Octubre de 2014.
Seis años ya, quien nos lo iba a decir. Tengo trabajo. El sueldo viene a ser una tercera parte del de antes del tropezón del ladrillo y las jornadas se han ampliado, pero hoy tengo trabajo. Hoy. La semana pasada no tenía y la que viene no sé si lo tendré. La empresa de mi mujer cerró en 2010. A pesar de los desvelos, solo ha encontrado dos crisis de ansiedad con sus correspondientes noches en urgencias; trabajo, no. La situación en casa es crítica.
La hipoteca sigue mandando en casa y el punto de sensatez lo siguen poniendo mi suegro y Trotski —aún más ancianos y sabios, si cabe—. Bueno, mi suegro ahora también pone la pensión a tiempo completo, no solo cuando el fin de mes se aleja esquivo. Recibimos cartas amenazantes del banco un mes sí y otro también. Por más que lo intentamos y por mucho que mande en casa, no conseguimos llevar al día los pagos de la hipoteca. Vendimos el coche grande y el pequeño acumula polvo en la cochera. Las vacaciones pasaron a mejor vida y los pocos ahorros que teníamos los gastamos en parar la primera amenaza seria del banco.
Marzo de 2015.
He llegado a la conclusión de que no tengo la menor idea de gestionar la economía domestica. Y me he relajado. Me ha llegado la inspiración y he visto la luz en las palabras de Rajoy asegurando que la crisis es historia. Y he encontrado la salida. La misma que el gobierno ha encontrado para la economía del país.
Sí, no os riais. Al final son solo números. Ya, ya sé que en medio están las personas, sobre todo las más jodidas, las que no son nada si se les abandona a su suerte en esta jungla hostil: estudiantes, trabajadores parados o no, enfermos, jubilados, dependientes de todo tipo... Casi todos. Pero es que así no acabamos nunca.
Números, solo es cuestión de poner en orden los números. A ver:
Donde comen dos, no comen tres; nos pongamos como nos pongamos. Luego entonces, si somos tres y solo hay comida para dos, y uno es el Banco Central del los Sudetes Alemanes, tú pasas a ser prescindible; aunque nos duela, sales zumbando de la mesa. La hipoteca manda, como en mi casa. Es solo cuestión de cuadrar las cuentas.
Así que, para cuadrar mis números, he decidido sacrificar a Trotski y dejar de alimentar a Juan, el pequeño —al fin y al cavo solo fue fruto de una noche loca—. Si no resulta suficiente, Marta dejará el colegio, para valorar posteriormente si es necesario su sacrificio. Deshacerse de los miembros más improductivos de la familia es la forma más rápida de recortar gastos sin que los ingresos se vean afectados. Más pronto que tarde, los números me dirán que mi crisis es historia.
No sé si me explico.