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Diario de un prodigio (LXVI)

Publicado el 18 diciembre 2009 por Manuelsegura @manuelsegura

 Diario de un prodigio (LXVI)

Paco Morote trata la repostería con esmero artesano. El mostrador de su establecimiento siempre implica una irrefrenable tentación. Destacaré, por haber dado cuenta de ellos, sus inigualables pepitos, las para nada empalagosas tartas de queso o los impactantes tiramisús. En estas fechas prenavideñas, los dulces bullen de su horno. Pero del interior de su obrador salen también los singulares pasteles de carne, bocado original donde los haya en esta tierra y que quien conoce, repite sin dudarlo. 

Ayer, mientras degustaba uno de los pocos ejemplares sobrantes de la jornada matutina, cuatro hombres jóvenes –que yo supuse jornaleros de la depauperada construcción– apuraban sus cafés en una mesa cercana a la mía. Tres hablaban entre ellos de lo que intuí como temas banales. El cuarto, ojeaba un periódico, un tanto ajeno a los demás. Como divisaba desde mi ubicación las páginas por las que lo tenía abierto, identifiqué que observaba la información bursátil. Y confieso mi sorpresa inicial. En esto, uno de los que hablaban se dirigió al que leía, inquiriéndole: ¿Qué tal ayer Acerinox? 

-Han bajado, le responde el que estaba leyendo. 

-¿Y qué vas a hacer? ¿Venderás?, volvió a preguntarle el primero. 

-Luego miraré en Internet y ya veré lo que hago, zanjó éste la charla. 

Relato esto a tenor de la impresión que me provocó la escena. Y sin querer resultar pretencioso, ni etiquetando a nadie sin justificación alguna, que gentes a las que se atribuye a priori poco más que el arte percutor del pico y la pala sigan celosas los movimientos del parqué, es algo para tener muy en cuenta. Todo eso, en un país hasta no mucho superviviente de un mar de cáscaras de gambas y de serrín, que aun no pasa por ser descollante en el Universo. 

Cuando ya les creí desprovistos de cuanta rudeza legendaria implica su oficio, y me imaginé sentado junto a un grupo broker del cemento armado, entró una mujer de edad mediana al local pidiendo bizcochos. El confitero le dijo que no le quedaban, que se habían llevado todos los que había hecho para ese día. Uno de los cuatro presuntos albañiles le dijo a otro por lo bajini: “Y tú, ¿tienes algún bizcocho para ésta?”. Ahí se acabó mi edulcorada imagen de los predispuestos jugadores de Bolsa; que la cabra, tira al monte, pensé. Y digo más: se me antojó que aunque la mona se vistiera de seda…

Diario de un prodigio (LXVI)

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