Hay días de escarcha que amaneces con el rocío en los labios, las palabras en el rímel y en la nariz unas vocales que brillan con purpurina.
No necesitas colorete porque lo llevas en el dobladillo de la falda, ni siquiera tacones para alzarte y alcanzar esa estrella que ya tienes en las manos.
Son días en los que te atreves a patinar aunque sabes que te puedes volver a romper el pie, en los que el brillo de las miradas se cruzan y se besan.
Días en los que el presente se hace dulce, y te pones la chupa de cuero y unos vaqueros para coger la bicicleta o agarrarte a la cintura de un motero, y salir a quemar asfalto hasta llegar a lo más alto de la Torre Eiffel.
Días en los que sabes que nada será tan sencillo como elegir entre un helado de fresa o chocolate.
Luego vislumbramos un nuevo sueño, lo destapamos, lo mimamos y giramos y giramos...hasta perder el sentido, viviendo la vida a pelo, olvidamos que se terminó la fiesta, que se apagaron las luces y nos vamos con la música a otra parte.
Hacemos un alto en el camino y comprobamos que por fin todo está ya en orden.
Y borramos de un plumazo el abecedario entero, las frases hechas, las mentiras y nos prendemos en la solapa esas pequeñas cosas que son las únicas que tienen sentido en esta realidad donde se arrebujan deseos y latidos.
Sabemos entonces que nada es nunca del mismo color al mirar de reojo por el retrovisor, tapizamos la mañana de colores y nos abrazamos a la vida haciendo algo así de sencillo como respirar, o vivir, y le regalamos a la mañana un café con un bostezo canalla en esta noria que gira y gira, y nos mareamos hasta que en el estómago volvemos a oír el batir de las alas, son esos susurros, son esas sensaciones que algunos poetas locos llaman mariposas.