Días de polillas

Publicado el 08 junio 2013 por Sara M. Bernard @saramber
[Banda sonora abajo]
Recuerdo temblar congelada, sudar a pleno sol, piel roja convertida después en piel café, recuerdo lluvia.
Recuerdo un encuentro furtivo en la calle con un subdirector famoso de un periódico famoso, aunque no se prodigue en imágenes y nadie reconociera su cara. Arrastrarse para una cifra de 20 dígitos, para que en sus vacaciones pagadas pensara con solidaridad en los que se mueren de hambre por África, más o menos, o allí enfrente de sus narices.
Recuerdo a la simpática editora que vomitó un montón de e-mails de editoriales, como si fuera tan sencillo. Calculó que para septiembre estaría concluida la otra mitad de la novela. ¿Ese es el ritmo de trabajo al que funcionan los escritores españoles? ¿No os da vergüenza? Seis meses no dan para media novela, dan para terminar dos, a jornada completa. Sólo si me dejaran.
Recuerdo un asalto furtivo que puede haber sido, por la misma calle de antes Celso Castro pasea y se inspira, yo me arrastro para arrancarle también 20 cifras, en vez de imaginar las mismas calles.
Esto es la cultura española, tener que pedir permiso. Ser "amigo de". La ceguera y el hambre.

Por supuesto que sí te dan trabajo de camarero sólo por estar desesperado. A cambio de -escoria humana- tienes que dejarte tocar el culo, chatina.
La esperanza de vida y el aumento artificial de la adolescencia retrasa las crisis a los 50 años, dicen. Nadie habla de las crisis de los 20, mucho menos de la crisis de los 30. No está bien adelantarse. 
Imagina una leona que muera de inanición porque le de pánico lanzarse tras su presa; un gato que ladre; un pájaro que tenga vértigo a las alturas; un koala con síndrome de túnel carpiano que se caiga de los árboles. 
¿Por qué entonces ves bien que el ser humano viva sin pensar?
 

Tontificación social inducida