Días helados

Publicado el 04 mayo 2015 por Netomancia @netomancia
Los primeros fríos del año llegaron sin previo aviso. Por suerte Amanda era precavida y había comprado en rebaja el año anterior bastante abrigo como para que Lucas pudiera disfrutar tranquilo de la plaza. Porque a Lucas no había nada que le gustara más que hamacarse, treparse a los juegos o sentirse más cerca del cielo en el sube y baja.
Cada tarde, tras la escuela, iban juntos de la mano hasta la plaza que estaba cerca de la casa donde vivían. Era común para Amanda encontrarse con madres de otros chicos que concurrían seguido, igual que ellos. De algunas no sabía ni siquiera el nombre, pero en el reino de la madre y los juegos, aquello no era impedimento para conversar mientras de reojo, con ese instinto innato de sobreprotección, vigilaban a sus críos.
Interrumpían sus diálogos para algún grito oportuno, con el fin de evitar un golpe no deseado de sus niños, no tanto por el miedo a que se lastimaran, sino para evitar que lloraran camino - obligado tras una caída - a casa.
El paisaje, a pesar del frío, era el de siempre aunque la gente pareciera más gorda, enfundada en ropas gruesas. El vendedor de pochoclos estaba en su rincón cercano a la fuente, el cantero principal ocupado por adolescentes que ríen y se empujan sin medir sus fuerzas, los bancos de madera ocupados por jubilados o mujeres descansando con las bolsas de las compras a los pies. La brisa fresca movía las ramas suavemente y los árboles daban la sensación de estar temblando por culpa de la baja temperatura.
Apacible, la tarde parecía la de todos los días, pero entonces sucedió lo inesperado. Amanda no recuerda el momento exacto, pero de un momento a otro, todo comenzó a transcurrir en cámara lenta.
Una paloma cruzaba el aire aleteando a tan baja velocidad que podía ver el detalle de cada pluma, mientras las palabras de la mamá del nene de anteojos oscuros que se columpiaba con Lucas llegaban casi como arrastrándose a sus oídos. Y las hamacas, con Lucas y el chico cuyo nombre desconocía, se movían con una lentitud pasmosa, como si en lugar de balancearse, estuvieran escalando el aire.
Con esfuerzo supremo y demorando una eternidad, llevó la vista al centro de la plaza. Parecía que estaba viendo una película con la función de cámara lenta. Pudo notar en los ojos de la mujer que tenía delante, que estaba tan asustada como ella. También lo estaba percibiendo. Y a diferencia del frío, que había llegado sin avisar pero para instalarse, aquella rara sensación se esfumó.
Todo lo que la rodeaba recuperó su velocidad habitual, incluso las palabras de aquella mujer, que preguntaba en voz alta ¿Qué pasó, qué fue eso?.
Amanda, aún aterrada, corrió hacia las hamacas. El niño de anteojos se lanzaba en ese momento a la arena, para correr a los brazos de su madre. En cambio Lucas...
Su hijo seguía moviéndose en cámara lenta. Trató de devolverlo a la velocidad natural con un par de cachetazos, pero no hubo caso. Lucas lloró lentamente.
El regreso de la casa fue traumático porque el niño apenas si podía hacer diez metros cada dos minutos.
Amanda sabe que debe tener paciencia, que quizá lo que le ocurre a su hijo termine de un momento a otro. Ningún médico ha sabido explicarle lo que le está pasando. Escucharlo es doloroso. Cinco minutos para decir una frase.
El frío aún persiste. Sin embargo para Amanda, ya no es una preocupación. Casi no salen de casa y allí dentro tienen calefacción.