Al amanecer, entre los primeros trinos de los pájaros, una vecina me dio la noticia mientras tendíamos la colada.
– La esperanza se ha privatizado – me dijo. A partir de ahora sólo se podrá adquirir en tiendas especializadas.
Inmediatamente se formaron colas de desocupados sin esperanza en la puerta de esos comercios, guardando el turno para aquellos privilegiados que podrían pagarla.