Imagen (modificada) de acá
Tres horas y media de escritura. No sé si hay algo parecido a la felicidad. Sobre todo, cuando las palabras llegan a buen puerto. O por lo menos a un puerto donde anclarse.
Escribir sana, alivia, frustra, desespera, aunque uno rehúya de la imagen del escritor agobiado. No por inválida, sino porque desconfío de los clichés.
Luego llegará la hora de la corrección y uno se enojará con las palabras, los vicios, las repeticiones.
"Hombrear letras", dice Sarachu. Algo de eso hay.
También genera la dicha de hoy y me permito disfrutar este instante de armonía con el mundo. Único. Propio. Irrepetible.
Sabés a qué me refiero.