Para el tercer cuento, todavía me quedaba café, pero tuve que regresar a mi casa. Era "Las vacas de Quiviquinta"; un cuentito que empieza describiendo el hambre de Estaban Luna y del resto del pueblo de Quiviquinta. Del resto del pueblo, pero no de la bebé que tiene su teta.
El jueves, Esteban y Martina van al tianguis con la niña, a ver si pueden vender a "búlique", la gallina...
La niña sigue llorando; Martina hace a un lado la caña de azúcar y cobra a la hija de los brazos de su marido. Alza su blusa hasta el cuello y deja al aire los categóricos, los hermosos pechos morenos, trémulos como un par de odres a reventar. La niña se prende a uno de ellos; Martina, casta como un matrona bíblica, deja mamar a la hija, mientras en sus labios retoza una tonadita bullanguera.Una pareja bien comida llega al tianguis en automóvil. Por setenta y cinco pesos al mes, Martina se va con ellos para hacer de nodriza.
- ¡Quiero! -responde ella. Y luego al marido mientras le entrega a su hija-: Anda, la crías con leche de cabra mediada con arroz... a los niños pobres todo les asienta. Yo y ella estamos obligadas a ayudarte.Tuve que irme a mi casa, a ver si ya quería teta mi niña. Estaba dormida. Seguí leyendo.
Silvia Parque