Revista Literatura

Dilema de muerte

Publicado el 12 julio 2013 por Netomancia @netomancia
Ismael tenía dos problemas. El más sencillo de resolver era dónde enterrar el cuerpo. El más difícil, cómo matar a su mujer.
Lo venía maquinando desde hacía días. Más precisamente desde el momento que ella le dijo, en forma tajante, que no permitía discusión alguna: "En esta casa no se mira más fútbol".
Por ese motivo había salido esa tarde antes del trabajo. Quería llegar antes que ella a la casa para pergeñar el homicidio.
Estaba nervioso, le sudaban las manos. Aún no tenía decidido cómo llevarlo a cabo, ni tampoco en qué lugar. Sabía que iba a ser dentro de la casa, afuera no le convenía. Los vecinos iban a sospechar viéndolo salir con un arma. O peor aún, atacando a su esposa.
Sería adentro. ¿Pero dónde? Sería muy sencillo esperar que ella se dirigiera escaleras arriba hasta la habitación. Podía empujarla apareciendo de sorpresa. Sin embargo no era habitual en ella, que al llegar de la comisaría - la mujer era policía - arrojaba sus ropas de abrigo sobre alguna silla de la sala de estar y luego iba hasta la heladera, donde deformaba su cuerpo.
Rara vez, sopesaba Ismael, iba hasta el baño. Salvo, claro, llegara con alguna urgencia. El ataque tendría que ser entonces, en la cocina. Una buena idea era electrificar la heladera, para que le diera una patada eléctrica. El problema estaba en que no sabía como hacerlo. Quizá podía mirar en Google, pero tiempo era lo que no tenía.
Más simple, era aguardar detrás del mueble del microondas y atacar brutamente, con un cuchillo o tenedor. El inconveniente sería la sangre. El lugar quedaría hecho un enchastre. No se imaginaba limpiando los rastros del crimen.
Desechó la idea de inmediato. ¿Esperarla en el baño, detrás de la cortina de la ducha? Podía ser. Golpearla quizá con un ladrillo. No. La sangre otra vez. Tendría que usar un cable. El de la plancha, por ejemplo. Aunque para usar un cable debería estrangularla. Lo había visto en muchas películas, pero no sabía como se hacía. Esas son cosas básicas que uno tendría que salir sabiendo de la escuela, pensó.
No le gustaba el método, pero si el lugar. El baño era una buena opción. La cortina de la ducha no serviría, sin embargo. Era transparente. Una pena, porque la idea que fuera transparente había sido suya. Su mujer quería una roja y negra, a lunares. Pero se había decantado por la otra porque podía espiarla cuando entraba a orinar y ella se estaba bañando.
Tendría que descartar ese lugar. Le quedaba la pieza donde dormían, en el piso de arriba. Pero para eso debería esperar, porque subiría recién para acostarse, después de comer y mirar televisión.
Estaba en una encrucijada. ¿Y el arma? ¿Cuál sería el arma? Qué difícil que era planificar un asesinato. Tan fácil que lo hacían en el cine. Escuchó el timbre. No podía ser ella, a menos que se hubiese olvidado la llave.
Se acercó a la puerta principal. Por la ventana vio una luz azul que encandilaba la calle. Lo asaltó el temor. Era la policía. ¿Acaso sabían lo que tramaba? ¿Alguien había sospechado algo en su trabajo y lo había delatado? ¿Habría sido algún estómago resfriado del bar de la esquina, donde la noche anterior, en pedo y cayéndose debajo de la mesa de pool, había jurado y perjurado que mataría a su esposa por no dejarlo ver los partidos de fútbol?
Estaba aterrado. No obstante, trató de disimular su nerviosismo y abrió la puerta. Allí aguardaban dos uniformados. Parecían el gordo y el flaco. El gordo además usaba bigotes.
- ¿Señor Gutiérrez? - preguntó el flaco.
- Para servirle - contestó Ismael.
- Lamento informarle que su mujer tuvo un accidente.
El oficial de policía hizo un silencio. Ismael se quedó callado. El gordo agachó la cabeza, consternado. El flaco hizo un movimiento como queriendo decir "lo siento". Ismael siguió callado. El momento se hizo incómodo.
- Señor - dijo el policía que ya había hablado - Entiendo que es una situación difícil, pero necesitamos que venga con nosotros a reconocer el cuerpo.
Ismael se lo quedó mirando.
- ¿Ahora? - preguntó.
- Si - dijo sorprendido el uniformado - Si quiere lo esperamos, me imagino que primero desea avisar a sus familiares.
El gordo asintió, seguro que eso era lo correcto. Ismael paseó su mirada por ambos, luego observó la hora en su reloj. Entornó la puerta como para cerrarla y antes de hacerlo, confesó:
- No, en realidad ya que mi mujer no está, me gustaría ver la final de la Libertadores.

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