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Dime qué hablas y te diré quién eres

Publicado el 11 octubre 2012 por Ismaelpardo @ismael_pardo
Cuando se está estudiando idiomas, no se aprende solo el idioma en cuestión, como bien sabemos. No es raro el discurso de las personas de nuestro entorno para que nos vayamos al país donde se hablan esos idiomas. Aunque ellos no lo saben, lo que están intentando decirnos no es que aprendamos la lengua (que también), sino que nos acerquemos a la cultura.
Ese acercamiento a la cultura (y al idioma, obviamente) in situ hace que podamos ver el mundo de manera diferente. Pensar de otra manera, a fin de cuentas. Lo que quiero decir es que aprender una lengua, hablarla y contactar con su gente, ese acto que todo el mundo da por sentado que hay que hacer para aprender bien una lengua, hace que nuestra mente se abra.
Como iba diciendo, ese pensamiento que va cambiando al aprender el lenguaje y que, de paso, se va adaptando a la cultura del idioma que estamos aprendiendo, es un factor que hay que tener en cuenta a la hora de «vivir el idioma». No es que vivamos hablando el idioma, ni siquiera que nos ganemos la vida con ellos (como pasa con los traductores, tema del que hablaré más adelante), sino que el idioma y, además, su cultura se hacen, de alguna manera, parte de nuestra vida.
Con esa transformación de pensamiento y, por ende, de nuestra vida, tenemos una facilidad que otras personas que quieren aprender idiomas desde cero no tienen (en general). ¿Nunca os habéis preguntado por qué dicen que si aprendes, por ejemplo, inglés y alemán (lenguas germánicas) os será más fácil hablar sueco, noruego, etc.? Aparte de porque se parecen entre sí, algo indiscutible, puesto que vienen de la misma rama de lenguas, nos resulta fácil porque las culturas también son parecidas.
Retomemos la idea de la que no me quiero separar: aprender idiomas no es simplemente tener otra lengua en nuestro repertorio, sino tener otra manera de ver el mundo. Es un proceso por el cual tanto el idioma como el hablante nativo de ese idioma nos transmite. Ambos nos transmiten su forma de conceptualizar el mundo, su escala de valores y lo que ello conlleva en el lenguaje (como, por ejemplo, las razones por las que no existe el femenino en ciertas lenguas).
Esto, en el mundo de la traducción, del que quería hablar desde un principio, es muy importante, pues creo que este aprendizaje y esta absorción cultural es lo que diferencia a un buen traductor de un traductor excelente. Creo que, conociendo cómo piensan, cómo hacen las cosas, cómo es su escala de valores, cómo se desenvuelven en este mundo, podemos tener una esencia del mensaje aún más profunda.
Este acercamiento cultural, además, hace que podamos refutar o no los mitos que corren acerca de estas personas. Si recordáis bien, hice algo parecido hace ya un tiempo acerca de mi experiencia con los alemanes. Esta vez, la experiencia fue positiva, pero puede que no lo sea, como es el caso de conocidos míos, que, después de vivir en el extranjero bastante tiempo, se han dado cuenta de que no todo es lo que parece.
Resumiendo: el acercamiento al idioma y a la cultura a la vez hace que podamos ver el mundo de manera diferente. «Diferente» no significa positivo en todos los casos, aunque sí que se transmiten las mismas cosas: escala de valores, qué se puede decir en qué situaciones, la forma de comportarse, ¡incluso los tonos de voz que usan! A fin de cuentas, lo que quiero decir es que aprender idiomas nos cambia. Nos enriquece.
¿Sabéis qué? Los que queremos aprender idiomas (y podemos) somos muy afortunados. Mucho.

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