V. Tatlin
El espacio del matemático, el espacio del físico, el espacio del químico, el espacio del biólogo, el espacio del neurólogo, el espacio del psicólogo, el espacio del sociólogo, el espacio del geógrafo, el espacio del filósofo y el espacio del artista. El espacio del constructor, el espacio del albañil, el espacio del deportista, el espacio del astronauta y el espacio del concejal. El espacio del preso, el espacio del enfermo, el espacio del pobre, el espacio del desahuciado, el espacio del refugiado, el espacio del viejo y el espacio del árbol... Celebramos que hemos ocupado todos los espacios, todos los continentes, todos los ecosistemas. Tras los símbolos de victoria vive agazapado el viejo presentimiento de la desgracia. Hemos ocupado todo y no queda nada libre de geometrías interesadas. Nadie tiene espacio. Ni la divisibilidad al infinito nos libra de esta penuria espacial que afecta a nuestra dignidad. Nadie tiene sitio. Todos se desplazan y huyen. Celebramos el desierto ocupado de la civilización. La sociedad icónica nos ha regalado la omnipresencia estéril. Como espectros odiados en su mismna casa, extenuada, oikos cruel, vagamos entre las cuerdas, las redes que nos separan del topos primordial. Seres icónicos, seres errantes, esclavos del clic ortodoxo y heterodoxo, navegamos por el espacio ficticio de los miserables. No nos quedan continentes porque los hemos deseado desde una impostura existencial ciega. ¡Que retrocedan los barcos! ¡Que no crucen más océanos! ¡Ya hemos digerido todo el espacio!