Revista Diario

Diógenes y las mudanzas

Publicado el 08 octubre 2014 por Rocío @catpeoplees

De nuevo mudanzas

Definitivamente participaría en un crowdfunding que inventara el teletrasporte. El invento no sería nada bueno para un síndrome de Diógenes incipiente, pero al menos no tendría este dolor de espalda ni habría roto una maleta.

Las mudanzas no se llevan bien conmigo porque no sé si le pasará a más personas, pero mi tendencia a acumular cosas, útiles o no, no tiene límites.  Por eso, estoy convencida de que, de mayor, podría acabar en una casa llena de cosas y de gatos como esas ancianas que, cansadas del mundo, esperan, sólo ellas saben qué, sobre un sillón gastado del que no pueden moverse: su casa y su cama están tomadas por miles de objetos inertes de los que no pueden desprenderse y entre los que los gatos juegan al escondite.

Todavía, supongo, estoy a tiempo de ponerle remedio pero hay algo que tengo que superar y se llama valor sentimental. Sí, y es que mi definición para valor sentimental está demasiado poco acotada: etiquetas de ropa bonitas, entradas de conciertos a los que fui y que me traen recuerdos, agendas finocam desde 2004 y hasta bolis gastados con los que escribí cuadernos, dibujé o aprobé exámenes importantes.

Acumular cosas: el origen

Creo que acumulo desde que tengo uso de razón; recuerdo que incluso rescataba papeles, revistas y cajas de la papelera del despacho de mi padre y que una vez en concreto eso me trajo problemas.

Entré allí y vi una caja de cartón colorida y pequeña, perfecta para guardar pinypones; así que al día siguiente me planté en el colegio (de monjas) con mi caja. La profesora, nada más verme, me la pidió y con cara de horror me preguntó que de dónde la había sacado.

–  De mi casa – dije sin entender nada.

La maestra me quitó la caja y me dio un sobre cerrado para mis padres. Durante todo el día estuve dándole vueltas a qué podría haber hecho mal, a por qué la maestra me había quitado mi caja con lo colorida y bonita que era. ¡Dónde iba a guardar ahora mis pinypon! Fantaseé con abrirla y leerla en el trayecto del autobús, pero aunque fuera curiosa la responsabilidad siempre me pudo.

La caja, resultó ser una caja de preservativos, y para vergüenza familiar yo la había rescatado de la basura. En fin, una papeleta, pero yo con cinco años todavía no sabía lo que era eso, ni para qué servía; podía leerlo, claro, pero bien podrían haberlo puesto el neones fluorescentes que yo no hubiera sabido el significado.

En fin, que este episodio debería haber sido suficiente para curarme del Diógenes pero por alguna extraña razón la cosa sólo fue en aumento. Ahora soy experta en cerrar maletas imposibles sentándome encima; bueno, soy no, era, porque el domingo mi maleta dijo basta y, cansada, expulsó de una bocanada su lengua de ropa, libros y útiles de cocina varios. Menos mal que existe la cinta aislante y pude hacer un apaño de emergencia antes de coger el autobús.

De nuevo mudanzas


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