Caminé hasta que me cansé. Mis piernas no daban más. Sentía mi cuerpo adormecido, la sangre, en mi cuerpo, no circulaba. Mis fuerzas se agotaban cada segundo de esa canción folklórica que sonaba en aquel lugar. Sabía que todo esto iba a pasar, nunca debí aceptar este reto. Por eso siempre me encargaba de quedarme en casa para no poder estar como ahora.
Mi pierna dolía. Me senté en esa banquita de fierro que pude encontrar con tanto esfuerzo. <>. Y me agité aun más.
-Vamos Raúl.
-Espera, Mari.-contesté con una parte de mi aliento de vida.
-Ay!... No seas quejón. Sólo llevamos poco tiempo aquí.
Consulté mi reloj de manera disimulada. Y no lo podía creer, ¡tenía razón! Llevamos caminando, paseando o lo que fuese en aquel lugar, media hora.
-¿Vamos, ya?
-Espérate un ratito, pues.
-Ay, ni que este supermercado de ropas sea tan grande.
¡Dios, qué reto!