-Vamos Raúl.
-Espera, Mari.-contesté con una parte de mi aliento de vida.
-Ay!... No seas quejón. Sólo llevamos poco tiempo aquí.
Consulté mi reloj de manera disimulada. Y no lo podía creer, ¡tenía razón! Llevamos caminando, paseando o lo que fuese en aquel lugar, media hora.
-¿Vamos, ya?
-Espérate un ratito, pues.
-Ay, ni que este supermercado de ropas sea tan grande.
¡Dios, qué reto!