Revista Literatura

Disciplina

Publicado el 11 noviembre 2011 por B
Una vez escuché a un tipo en la radio cantar que mientras siguiera enamorado le daba igual no tener dinero para pagar el alquiler. Luego me enteré que era del sur del país y eso ya explicó muchas cosas.Me enseñaron desde pequeña que el amor tiene un comienzo y un fin. Mi madre lo comparaba al crecimiento de los geranios; cada estación rellenaba con paciencia los maceteros de barro cocido anaranjados, plantaba las semillas y yo, pacientemente, esperaba verlos crecer.No he conocido nada más aburrido que ver crecer un geranio. Predecible, lento y anodino. Aun con todo hay cierto orgullo y satisfacción al ver despuntar de la tierra marrón un pétalo rojo, pequeño y débil. El amor se parece mucho a eso.En el colegio a las monjas no les gustaba nada que yo pensara eso. Lo del principio y el fin del amor, por si alguien no lo ha entendido. Y eso que no dejaba de ser una forma simple de hablar de Alfa y Omega, su leitmotiv. A las monjas del colegio no les gustaba nada que yo hablara así. Les daba miedo que el resto de las niñas empezaran a arremangarse la falda a los quince años. Yo intenté explicarles que era mejor querer mucho aunque fuera poco tiempo que querer toda la vida y hacerlo mal. La madre superiora me tiró de las trenzas y me castigó con los brazos en cruz. Habló durante mucho rato acerca del amor puro e infinito que tenían en la casa hacia Él. Yo no le discutí, ni quise ofenderla, porque en realidad las pobres me daban muchísima pena. Tenía que ser horrible querer tanto a Dios y que no apareciera nunca, ni siquiera los martes, que era el mejor día para venir de visita, porque daban galletas en la merienda.

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