Desde el ventanal de la sala de espera del aeropuerto internacional La Aurora, en la Ciudad de Guatemala, veía el lento pero creciente azul violeta de un amanecer de abril de 2007, mientras esperaba la orden de abordaje. Sobre ese paisaje se recortaba la silueta del 737-200 de Copa Airlines que me llevaría esa mañana a Nicaragua.
El aviso fue dado y los pasajeros comenzamos a abordar la aeronave. Minutos después el capitán nos daba la bienvenida y nos informaba acerca de las condiciones para el vuelo. Nos llevaría cerca de cuarenta y cinco minutos, luego del despegue, llegar a destino: Managua.
A las 6:10 el Boeing tomó la pista y se alzó sobre la ciudad en dirección norte, hasta alcanzar la altura permitida por aeronáutica civil, y entonces el avión giró casi ciento ochenta grados para quedar en ruta hacia el sureste centroamericano.
Habían pasado veinticinco o treinta minutos de vuelo cuando la primer oficial de cabina nos informó por los altoparlantes que iniciaríamos el descenso hacia Managua. Al escuchar esto giré la cabeza hacia la izquierda y me acerqué a la ventanilla para observar el paisaje, que si no era el nicaragüense no tardaría en serlo.
Un cielo completamente despejado me permitió ver los rayos de sol que iluminaban un costado de los árboles, e imaginé el canto de los pájaros que en ellos habitarían, y entonces una canción saltó de mis recuerdos cercanos y se instaló en mi mente y en mis labios. Cantaba bajito, para no molestar a los vecinos en la fila de asientos; cantaba para mí y para la naturaleza que despierta cada mañana, cuando el Rey Sol se asoma por el este para darnos los buenos días.
Cantaba y cantaba más o menos así:
cubre la faz de la tierra
con trinos y melodías...
El avión continuaba su descenso y pocos minutos más tarde estábamos tocando la pista del aeropuerto Rubén Darío en Managua. El desembarque y el paso por migración fueron rápidos y sin complicaciones. A las 7:00 me encontraba frente a la puerta de salida del aeropuerto, a la espera de mi buena amiga Marlene, quien sería mi anfitriona en esa ocasión.
Durante los cuatro días que estuve en Managua, a donde quiera que fuera, resonaba en mi mente el Dúo Guardabarranco y su Disco del sol.
Biografía de Guardabarranco
El Guardabarranco, el ave nacional nicaragüense, fue la emblemática figura que escogieron los hermanos Katia y Salvador Cardenal como nombre para el dúo que conformaron en 1979, además de ser esta hermosa ave un símbolo de su origen y del sentido naturalista que se ve reflejado en sus canciones.
Provenientes de una familia de pintores, poetas, escritores y músicos, Katia y Salvador iniciaron su carrera musical siendo muy jóvenes (16 y 19 años respectivamente).
Gracias a la calidad de sus canciones se ganaron muy rápido el aprecio popular en su natal Nicaragua, y es por esto que graban su primer disco en 1982, titulado Un Trago de Horizonte, bajo la producción de Luis Enrique Mejía Godoy y con el apoyo del Ministerio de la Cultura de Nicaragua.
Pronto fueron conocidos y reconocidos internacionalmente dentro del mundo de la Nueva Canción Latinoamericana, realizando giras por poco más de 25 países de América y Europa durante su carrera, compartiendo escenario con artistas como Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, Jacson Browne y Pablo Milanés, entre otros.
Katia, como intérprete, y Salvador, como compositor, participaron representando a Nicaragua en el XIX Festival OTI de la Canción en 1990, en Las Vegas, Nevada, Estados Unidos, con el tema Dame tu Corazón, obteniendo el honroso Segundo Lugar.
La carrera del Dúo Guardabarranco está dividida en dos partes, la primera, entre 1979 y 1994, tiempo durante el cual grabaron cuatro discos: Un Trago de Horizonte, Si Buscabas, Días de Amar y Casa Abierta (1982, 1984, 1990 y 1994 respectivamente). La segunda, entre los años 2001 hasta 2010, año en el que fallece, después de una larga enfermedad, Salvador; durante ese período grabaron cinco discos: Una Noche con Guardabarranco (en concierto), Verdadero Pan, Transparente Nicaragua, Dale una Luz (recopilatorio) y Soy Juventud (2001, 2003, 2007, 2007 y 2009 respectivamente).
Aunque el Dúo Guardabarranco hoy sólo forme parte de la maravillosa historia musical de Nicaragua, y por ende del continente latinoamericano, sigue siendo un gran referente de la Nueva Canción, pero no únicamente por su sentido político, sino también por su valioso aporte a favor del cuidado de la naturaleza, como se puede notar en Disco del Sol, canción grabada en 1990, incluida en el disco Días de amar.
Quiero agradecer a mi buen amigo Héctor López (nicaragüense) haberme dado a conocer, durante mi estadía en Buenos Aires en diciembre de 2005, a este fantástico dúo que hoy forma parte de un pequeño y selecto listado de mis artistas favoritos; quiero dedicar a él y a mi queridísima amiga Marlene Ortega esta entrada.
Disfruten pues de esta hermosa canción.