Revista Diario

*disertaciones de un jabalí: la noche enferma

Publicado el 14 marzo 2012 por Chinopaper

Corren furiosos los dálmatas por la noche enferma sin que nadie pueda detenerlos. No son jauría, ni polizones, ni pervertidos, ni trashumantes, sino simplemente perros corriendo libres por la noche enferma. Las horas tristes, el tiempo triste, el frío triste, la canción malvada. El universo que conocimos por poco tiempo antes de cometer los crímenes del lodo. Momento cumbre entre ladridos, entre huellas deformes y borroneadas, espanto de muchos, fin de una era; tinta volcada por los surcos de un campo ayer virgen y hoy mancillado por miles de preguntas.  Y los cerdos. Los cerdos chanchos, inmundos, puercos y cochinos; nosotros los cerdos, temerosos de la noche enferma y del campo virgen, desilusiones de cuatro patas y ojos redondos, plateados, vacíos, los cerdos que olemos lo mejor posible pero seguimos apestando, los cerdos, yo cerdo, tú cerdo, ellos cerdos, nosotros los cerdos, que ni siquiera podemos correr furiosos por la noche enferma sin que nadie pueda detenernos. Y ya no hay rayos, no hay refucilos, no hay redenciones; nos queda el alba y la tonta esperanza de que no llueva, ni escarche, ni asome el rojo, ni el verde, ni el azul, ni el naranja, ni el petróleo. Los cerdos empetrolados que no corren, que sólo jadean y se miran unos a otros reflejándose en más ojos redondos, plateados, vacíos. Descansa la miel, reposa la verdad, mientras todo es el reflujo de un ideal acabado y muerto: terraplenes de piedra, polvo, tierra y libre albedrío, solitarios transeúntes que creen en martes, miércoles y jueves, caravanas de camiones poblados de desperdicios que recorren calles, pasajes y pasadizos, ad eternum, y en el constante llevar y traer taladran los adoquines de viejas instituciones prontas a caer. Corren furiosos los dálmatas por la noche enferma sin que nadie pueda detenerlos. No son llagas ni pordioseros, ni profecías ni leprosarios, sino simplemente perros corriendo libres por la noche enferma. Y los cerdos lloramos como perdidos. Como postrados. Los cerdos creemos en que la miel es la verdad y libamos enceguecidos las flores plantadas una por una con inquina por el enemigo eterno, el hombre libertario, el proxeneta, el corruptor, el de a caballo, el distractor; el hombre puro que no tiene manchas ni va a tenerlas, ni quiere tenerlas, el protector que no dobla la espalda porque para eso están los domesticados. Caminan, se miran, se mueren, los cerdos. Transforman las aguas, piden la palabra, los cerdos. Persiguen demonios, encienden hogueras, los cerdos. Los cerdos que mueren y no hablan y no miran, mientras corren furiosos los dálmatas por la noche enferma sin que nadie pueda detenerlos.

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