* disertaciones de un jabalí: naturaleza

Publicado el 13 octubre 2012 por Chinopaper

Hubo barcas. Y después llamas. Y después madera estallada perdida y abandonada. Hubo todas esas cosas que nos dan miedo: claveles marchitos, sobrevivientes de alguna guerra, platos sucios, mandibuleo nocturno. De lo que no se puede estar seguro nunca es de si hubo materia prima digna o simplemente la historia de todo y de todos está conformada por residuos, esperpentos resacosos. Es lo más probable. Y así entenderíamos la naturaleza malévola de las cosas. De todas las cosas. No existe nada en ninguna tierra prometida que contenga en su esencia la virtud; de todo huímos y de todo sospechamos, porque podemos ser optimistas pero no retrasados (aunque es bien cierto que las altas cumbres divisorias de aguas nos tienden trampas todo el tiempo). Inventamos la virtud para no cagarnos de llanto todas las mañanas. La esencia de todo es pudrirse, terminarse; la finitud como objetivo sería una estupidez enorme, como el orgullo por ser coreano, árabe, ecuatoriano o argentino, eso te tocó, no hiciste nada para lograrlo, estar orgulloso por algo en lo que no intervenimos ni hicimos absolutamente nada es la necedad. Y además de coreano sos finito. Te vas a extinguir. Los coreanos arden en piras mucho más tiempo que los paraguayos, está comprobado, está registrado. Nómbrenme una sola cosa, cualquier cosa, que supongan que encierra aunque sea un reflejo de virtud. Una sola. Cualquiera. ¡Con los dioses no! Con dioses coreanos menos. No tengo alternativa, el peligro amarillo avanza y te somete. El peligro amarillo es todo, es fuente de desastre y origen del despropósito. Es la humanidad cagando fuego para postrarse ante ella misma. Hubo velas desplegadas. Y también remos. Pero ni así entendemos. ¿Está bien postrarse? Está perfecto. Es una elección más. Es una consecuencia. Invito al corchazo. Lo más revolucionario de la historia de la humanidad fueron las galletitas del zoológico, inmensamente funcionales y efectivas, instrumentos de tortura, de degradación, placebos baratos que adoptamos sin preguntar; en la marchanta inmunda vuelan por el aire los pedazos de nuestra elección, dignidad, discernimiento y también, como premio mayor, los calzones sucios que nos queremos sacar de encima, cuanto más lejos mejor. Pero la mierda siempre vuelve. Y tal vez así entendamos, si no entendimos, la naturaleza malévola de las cosas. Todo hace mal, porque te estás muriendo, te vas a morir, ya, mañana, pasado, el año que viene, te vas para el cajón mi estimado estibador, no hay vuelta. Y no tiene que ver con nada en particular, es que así funciona, nada importa que seas bello, inteligente, malformado, intransigente, vende patria, sodomita o coreano. Los planteos libertarios o altruistas mean siempre a dos metros, parten de premisas incorrectas, de una búsqueda imposible, porque no hay nada que encontrar: en el núcleo, en el interior de la ameba mongoloide que somos no existe más que la ambición. Los fantoches de siempre niegan nuestro génesis parasitario argumentando las provechosas energías que nos otorga la ambición, pero ¿cuánto tiempo más vamos a dejar que chorreen mierda por la boca? La felicidad es represión. Felices somos cuando evitamos el mal, cuando nos forzamos a elegir la opción antinatural, cuando el impulso destructivo queda aplacado por las verdades morales y éticas que nos fueron metiendo por el culo desde hace milenios. Somos felices cuando sedamos al monstruo. Galletitas. Hubo serpientes y sacerdotes. Y después magma. Y después putas paraguayas bien tetonas montando yeguas durante la noche. Soy malo, soy natural. No soy ateo, creo en Corea. Del Norte.

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