Mario apareció en el café al rato, cuando ella estaba poniéndole el punto y final al maldito trabajo que le había robado todas las horas de la mañana. Alzó la vista cuando la sombra de Mario le quitó la luz que provenía de la ventana, y sonrió.
- ¿Te importa si me siento?
- No, claro que no.
- Te has pasado toda la mañana fuera de la oficina, ¿pasa algo?
- Es que allí no podía concentrarme... y el jefe quería el maldito artículo terminado esta tarde.
- ¿Y lo has conseguido?
- Sí. Me ha costado, pero lo he logrado.
- Bien, entonces.
- Sí...
- ¿Vuelves conmigo a la oficina?
- ¿Hacemos novillos y te quedas conmigo aquí?
¿Sabes tú qué contestó Mario?