Aguardaba en camisón, sometido a la fría luz de la estancia clínica. Dispuesto a que le retiraran las vendas faciales, como si de un despertar de crisálida se tratara.
Mientras se las retiraban, la tensión facial no aflojaba y se extendía por su cuerpo, empeñado en recordar temblores pasados.
Abrió los ojos. Delante suyo habían dispuesto un espejo. En él seguía viendo la misma cara, cada vez más parecida a la de su progenitor. El rostro culpable de su orfandad.