Por un lado las cortinas se abren y el polvo se sacude. Entra el aire fresco de la mañana o el viento tibio de mitad de tarde. Se ve la pradera, el mar en calma o la montañana alta y brillante. Se acomodan las repisas con nuevas flores y el libro lleno de moho afila sus hojas, blanquea sus páginas y renueva su índice. La cama se hace nuevamente. Las sábanas sin arrugas esperan la cabeza de un sueño húmedo feliz, de un sueño espacial, de una fiesta con viejos amigos. Las cosas se acomodan solas con el universo mirando y embriagado del presente que aminora la entropía y acaricia las futuras estrellas y las charlas a carcajadas de cerveza o vino y parqués o sólo las piernas reclinadas que indican un amor venidero, un amor de hoy, una familia que se ama, una pareja amándose, unos amigos en el amor de la lucha y la compañía.
Por otro lado, más frío que cobijas disponibles, más calor que agua cercana, más lágrimas que las del estornudo y la alergia. Se confabula un dolor infinito y la niebla arrecia. Los vidrios están rotos, la cama está mojada y libros sin hojas. Tierra quemada, una montaña derruida, las hojas no se mueven, los árboles se desconchinflan, acuscambados todos los animales resguardan su infamia en las guaridas malolientes.
¿Dónde cada cuerpo? ¿Dónde el tuyo? Ahí el mío.