Acabo de leer un posteo donde Mía Astral habla de que antes de nacer firmamos unos contratos sagrados. Supuestamente con éstos nos comprometemos a trabajar en asuntos en los que estamos interesados para crecer espiritualmente.
Bah! Como en Mario Bross, si jugamos bien pasamos de nivel. ¿A quién hay que matar?
No sé, dicen tantas cosas.
Pero… ponéle que sea cierto, eso del contrato o los contratos.
Acá estamos, yo y mi otro yo, bajo la única palmera que quedó luego del tsunami, en una beach semi tropical no recomendable -donde aceptan pesos argentinos, imagináte-, tomando un mojito y pensando seriamente qué estado de lucidez mental teníamos al firmarlo.
Visto y considerando mi acontecer al día de la fecha, puedo afirmar que: cuando firmé estaba amenazada aunque no creo que de muerte (sic), con una dosis de ultra optimismo o con una sobredosis de alguna sustancia alucinógena. ¿Peyote tal vez?
Es muy probable también que hubiera bebido gancia con mucho vodka y limón, me cae fatal, y las veces que lo he tomado hice cosas terribles luego. Mejor no hablar de ciertos temas.
Es indiscutible que nunca llamé a mi personal lawyer. Olvidáte. De haberlo hecho, mi abogado me hubiera defendido de firmar semejante cosa, no sin antes dejarme sin dinerillo para pagar el peaje a mejor vida. Entonces… ¿Firmé porque no quería quedarme estancada y aburrida?
Eso de que elegimos a quién conoceremos, -fijáte, está en un apartado con fuente ultra pequeña- me suena a pena de muerte anticipada. Es evidente que pude haber elegido mejor a quién torturar y quién me torture, y no lo hice.
En síntesis.
Mientras termino de tomar el segundo mojito -¿o el tercero?- a la palmera se le cae la última rama que le quedaba arriba de mi cabeza. ¿Eso también estaba en el contrato?
Quiero la anulación de esta historieta. Si hay leyes para todo, saquemos el decreto para revisar este delirio.
¿Que en la próxima vida se me acumulan todos los contratos?
Madre mía, ¡pero si esto parece un libro de Stephen King!
Aunque, pensándolo bien… si yo me quedo acá, en esta playa de una sola palmera y semi destruída, hongueando unos días… recobrando fuerzas, comiendo espinaca o algas marinas, tal vez vuelva a ver de qué va todo esto.
Prefiero morir de curiosidad y no de aburrimiento.
Y que me entierren parao, como dice Rubén Blades.
Patricia Lohin