Nos vamos midiendo a ver quién tiene más. Más coraje, más miedo, más velocidad, más inventiva, más colores, más oportunidades, más cielo, más inicios, más constancias, más juventud, más amor, más paciencia, más tiempo, más capital de cualquier tipo: material o del otro.
El cielo del segundo día de mayo se presenta cubierto e incierto para tantas preguntas tiradas al aire, sin embargo el estado general del corazón por estos lares es soleado, y el estado general de la mente es alerta con probabilidades de tormentas pasajeras, como siempre, porque ¿qué sería de una mente sin tormentas?
Mientras las nubes se apegan al concepto de nublado para todo el día, nosotros nos apegamos a las estructuras que mueven nuestro ser y lo han movido desde siempre: el deseo, el miedo al deseo, lo cercano, lo lejano, la verdad perseguida hasta ser acallada, los poros dilatados para que salga el anhelo reprimido por los siglos de los siglos, las máscaras faciales para tapar esos poros. Matemos al deseo que nos está cagando la jornada.
Nos fundimos entre el deseo de ser y no ser, de salir o no a la luz, de decirlo o callarlo. La ambivalencia resulta otro factor meteorológico que no deja de joder: que llueva de una puta vez o que salga el sol.
Mayo avanza y vamos midiendo quién corre más rápido la recta final, o quién corre más rápido hacia el escondite. Quién es más cagón, quién miente mejor, quién salta más obstáculos, quien sale del closet. Porque ese closet-ropero-armario-placar que se parece cada vez más a un inframundo, ya no es una cuestión de género: todos estuvimos o estamos escondidos en algún recoveco. Algunos para que no los jodan, otros para que no los encuentren o descubran.
La verdad parece ser una amenaza comparable a una bomba de destrucción masiva.
Quién de quienes. Cuando todo más es simple.
Que la verdad salga desde las tripas, suba hasta el corazón, conquiste la garganta y basta de tanto misterio y represión autoimpuestas.
Tal vez esa sea la puerta roja: una verdad que lleva a otro lugar. Un lugar de pertenencia.
No hay libertad sin verdad, ni amor sin libertad, ni verdad sin amor.
Patricia Lohin
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