En esos días se consolaba con escuchar la charla entre el viento y las cortinas; pegando su oído contra el portillo de la habitación, la imagen de los corredores se abría paso ante sus ojos. Siempre hubo una puerta cerrada entre ella y la felicidad. Sus manos traducían los sonidos: silbidos agudos y soplos profundos se convertían en volantas blancas. En solitario y sin ningún testigo, se desnudaba: la espalda, contra el lienzo, las manos en alto, sosteniendo la paleta con las acuarelas, dibujándose.
Dejó de ser sombra, se formó de sonidos, de murmullos de viento. Hoy vaga por pasillos con ventanas y cortinas blancas. Buscó lo imposible y lo encontró: consuelo de eternidad invisible…
Ésta espalda me está matando…
Foto tomada de Pinterest