Revista Talentos
divida mente
Publicado el 10 abril 2012 por SerlibreLos horarios de visita siempre me incomodaron. Me inquietan, generan en mí una extrañeza tal que casi no me reconozco y sólo soy un síntoma enredado en esa normativa pegada en la pared. No intento cuestionarla, gracias a ella podemos vernos y continuar con el pacto de silencio que dejamos esa noche. ¿Te acordás? Si, sé que te acordás, pero fingís no hacerlo y tensas el hilo que nos mantiene en este extraño acuerdo tácito de idas y venidas. Esta visita tan esperada me desespera .También me molesta tu silencio. Me gusta que me respondan.
Tenés que superar lo que pasó. Hablar conmigo, o escucharme, todo tiene un límite. Estamos rodeados de médicos. Cualquiera te podría decir lo mismo que yo.Pareciera que ya no confiamos en el amor y nos resulta difícil hablar de aquella noche sobretodo porque nos rodean algunos guardapolvos blancos. ¿Los ves? Nunca andan solos, se les nota el temor en la cara y eso es contagioso mi querida. Muuuy contagioso. Tenés que entenderlo, de lo contrario toda esta distancia será una constante reverberación. Te volverás prisionera de tu propio miedo, el que nunca dejó de ser tu aliado. Fue y es tu refugio. En él te exiliabas. Y yo en un intento por entender y redimirme de esa sentencia dictada me volví más temerario para no defraudarte. Ya sé, no es momento de recordar lo que hemos tapado durante tantos años. Disfrutemos pues de esta visita como si fuera la primera vez que nos conocimos, como si nada de lo que pasó hubiera sucedido. Caminemos por el parque, es ancho. ¿Te gusta? Es cuestión de fusionarse con los árboles y no rehuir a los mates que te ofrezcan. Mirame sin esa lupa que llevás en la mano que amplifica cada uno de mis defectos. Te siento perdida, ausente, con esa desconfianza que me ronda y ese olor rancio del perdón que puja sin salir. Me tenés que comprender, no es fácil hablar de aquella noche y menos bajo estas circunstancias. Ahí están, nunca andan solos, se les nota lo raro en la cara y eso es por algo. Aceptarlo te aliviaría. Fijate, algo esconden. ¿O me parece a mí? Todo tiene un límite que no debemos pasar. Acá lo único que nos envuelve y se filtra con intensidad es el humo. Una vez un amigo me dijo: nunca se me dio por el cigarrillo. Fumar es más cinematográfico. Si fumara podría hacer círculos con el humo y soplárselos en la cara a mis enemigos. O podría formar corazones y tirarles una flecha para conquistar a alguien. Si fumara podría usar un Zippo y hacerme el canchero, tendría más temas de conversación, podría romper el hielo pidiendo fuego a cualquier desconocido, o podría convidarles a las chicas de todas las fiestas del mañana. Si fumara podría apartarme de las reuniones cuando se tornan aburridas para irme al balcón. Si fumara hubiera podido dejar a mi esposa con la excusa de ir a comprar puchos. Y la corto acá para no arruinar la visita. Prefiero posponer mis reclamos para no perderte. Dedicarme sólo a fumar y fumar de noche, cuando todo ya sea un espanto. Fumar mirando fijo a la pared aferrado al borde de la cama para no escuchar el jadeo que llega del otro lado. Fumar en el baño y en la escalera. Fumarme la vida si fuera necesario en esta espera que parece escindida por esa suma de torpes insignificancias. Este lugar es espantoso, está rodeado por el aliento de la hipocresía. No dejo de reírme, hago como que les creo con tal de verte una vez por semana. Soy capaz de dejarlo todo, incluido yo mismo y correr a buscar alguna mentira que te llevaste la primera vez que nos encontramos. Estabas tan linda y yo ahí como un inútil fingiendo no sentirte para que no te acercaras a la profundidad de mi epidermis. Seguro seguirás cada minuto sin creer que aquel día fue para mí uno de los más felices en los últimos tiempos. Qué pena que en este cementerio de vivos no haya un barcito para tomarnos un café y me cuentes con lujo de detalles ese proyecto tuyo de ponerte un spa para jubilados. Es inmenso este lugar, despojado de noticias pero inundado de complicidades. Dame la mano, hagamos como que nunca nos importó el qué dirán. Juguemos a los tortolitos y verás cómo en cinco minutos estamos rodeados por unos cuantos delirantes que comenzarán a murmurar su envidia. ¿Querés? Por qué no, si desde que nos conocimos te gustó jugar a las escondidas. ¿Ya te olvidaste? Qué frágil se nos vuelve la memoria cuando quedamos de distintos lados del paredón, muro, vereda o templo. La memoria es una trampa que sólo se dedica a reclutar los mismos instantes y rumiarlos. ¿No te parece? Quizás sólo sea un intento frustro para mantenernos erguidos en una ilusoria certeza que nada en la superficie de los mares más profundos. La memoria toca también lo inmemorial y lo bordea, tanto, que la amnesia pareciera ser el último salvavidas del naufragio.No son pocas las veces que pienso que estas visitas serán eternas y me invade el ahogo de no poder escaparme de la cita semanal pero me aguanto la bronca. Sí, me la aguanto y le pongo el pecho a las balas para que ese final se dé con la misma naturalidad que la primera succión de calostro. Estamos encerrados en distintas frecuencias y nos necesitamos el uno al otro para repudiarnos cada semana de estos meses perdidos sin darnos cuenta que no somos los verdaderos protagonistas de esa innombrable noche sino lo que dejaron de nosotros. Es nuestro espectro en el reflejo de la imposibilidad. Lugar poco cómodo, saturado de incertidumbre y malos entendidos con la única diferencia de que en apariencia uno es el fuerte y otro el débil. Pero a la hora de contar la historia nos reunimos en la soledad de las sábanas que quedaron vacías con una verdad repartida que no le interesa a nadie. No te gusta mi silencio y odias mis palabras. ¿Verdad ? Sí, lo sé hasta el hartazgo, te encargaste a tu manera de hacerme saber día tras día que soy el culpable de aquella noche. Y hoy, justamente hoy no quisiera recordarla, pero mi intento por alivianar los hechos se quedó a medio camino. Mirate la cara, transpira bronca que no me deja descansar. Entonces bancate que te diga que esa noche no fue inefable. No es inefable. Y te guste o no tengo mi versión de los hechos, que no son casuales. Son esa causalidad que no aceptaste nunca. Tenés derecho a no aceptar mis razones pero nada te exime de esa noche, ni siquiera tú angustia. Una angustia que pudo ser genuina, nadie podría negarlo. Ni siquiera yo aunque sea la contra cara de la historia. ¿Otra vez con el ceño fruncido? ¿Qué te pasa? Está bien no digas nada, callate, ya sé que te gusta desmenuzar parte por parte cada una de mis culpas y dejar las tuyas afuera pero ya no me importa. ¿Lo entendés? No me importa rastrear ese pasado y explicar una y otra vez cada una de mis acciones, lo único que me queda de él sos vos y el misterio de esa noche. Y de eso quiero hablarte. Sólo de eso. ¿Cómo qué por qué? ¿Todavía me lo preguntás? Vos mejor que nadie deberías vislumbrar lo que espero. No voy a retorcerme las tripas en cada encuentro escuchando que me digas que soy el mismo y que jamás cambiaré. Ya no lo acepto, no acepto que sigas pensando que todo permanecerá estático. Eso es sencillamente imposible. No sé si estás preparada para escucharme, y menos ahora, acá adentro. Igual lo haré ya no tengo fuerzas suficientes para sostener el yunque que me cayó encima. No tengo ganas de sentarme en el banquito del parque y fingir que lo disfruto. No puedo, es tu banco de acusados. Basta, es horrible este lugar tenés que saberlo. Si tantas veces te dije que me gustaba fue para que te sintieras bien pero el tiempo se movió de lugar, ya no puedo ni quiero convencerte de que nunca llegaste a mi vida para quedarte. Ya no quiero que me culpes de tus propias incapacidades. Si, incapacidades. Creer o no es tu incapacidad y no la mía. Esa permanente desconfianza que seguramente me antecede. Por primera vez estoy poniéndole palabras a tu noche, y la llamo tu noche porque no fue nuestra. Hubiera tenido que ser nuestra, ese día cumplíamos un año de convivencia. Y aunque opines lo contrario y más allá del dolor de nuestras subjetividades, juro que nunca imaginé que esa noche huirías. ¿La elegiste como broche de oro o como estocada final? Quizás nunca lo sepa. Y un nunca o se olvida o te mata. Y yo elijo el olvido. Me arriesgo a recibir ese nunca y quedarme vivo de este lado del muro con la licencia de dejarme llevar por estas palabras y sumar todo tu rencor. De todos modos no creo que esa noche estuviera planificada, no podía estarlo, recibí mensajes y llamadas tuyas recordándome que salías una hora más tarde del trabajo. ¿Alguien hubiera llamado para recordarle eso a quien va a dejar? No lo creo y no tengo dudas que tu malestar se estaba gestando, pero de ahí al estallido, mil años luz. Millooones de años luz de distancia. ¿No negarás que fue un estallido verdad? ¿Ah, sí? También eso me vas a negar y bueh.Todo fue muy extraño, tan extraño que me dormí en ese supuesto intervalo en que vos te ibas en busca de tus cigarros. Debió haber sido la primera vez que me dormí sin vos desde que nos conocimos, siempre esperaba, no sé qué, pero sólo cerraba mis ojos casi media hora después de tu último beso o discusión. Y justo ese día, un día clave en nuestra historia caí como una bolsa de papas sobre el cubrecama que compré para estrenar con vos. Cuando me desperté no te vi a mi lado, salté de la cama como un relámpago con mucha culpa, sentía que quizás estarías enojada en el living porque me había quedado dormido.Muchas veces te enojabas sin emitir ni una sola palabra que me orientara de que se trataba. Una vez más se enojó pensé y caminé por toda la casa buscándote pero ni vos ni la perra estaban. Me desesperé, miré el reloj, no podía entender, había pasado más o menos una hora y media desde que saliste de casa y no llegabas. No lograba reaccionar. Antes de quedar dormido le había preguntado a quien prefiero ni nombrar si no te hubiera podido ocurrir algo ya que demorabas bastante y ella me respondió que no me preocupara porque te había visto salir con la perra y que probablemente era esa la causa de tu demora. La constipación.Con la certeza de tu ausencia grité, la busqué a ella y le dije: me voy al quiosco, fue recién ahí que me miró con cara de lástima y me dijo: pará, pará, tengo algo que decirte. Y la odié como nunca antes, la odié porque hacía rato que sabía que vos te habías marchado y me dejó dormir pretendiendo protegerme como si tuviera cinco años. Qué imbécil me sentí, que vida de mierda murmuré. Ella se me acercó e iniciamos un acalorado e inútil diálogo.¿Te das cuenta que no tenías derecho a no despertarme?¿Qué hubieras solucionado si te llamaba?No sé, pero era mi tema, mi casa y mi pareja, nooo la tuya.Lo mejor es que vuelvas a descansar, mañana podrás ver con más claridad todo lo sucedido.¿Descansar? Por Diosss, andate y dejame en paz, dejameee, vos sos su cómplice.Nooo, no sabía nada de todo lo que tenía pensado, me enteré por teléfono.Ah bueh, magnífico, vos y ella hablando y yo al costado de mi lugar. Siii, mi lugar! Dejame por favor dejameee. Andate, quiero estar solo.Caminé de un lado para otro mientras intentaba recordar mis palabras y analizar que pude haber dicho que tanto te dañara como para tomar semejante decisión. Me volví loco analizando cada una de las pocas frases que cruzamos desde que llegaste y no encontré ninguna razón. Todo sucedió tan pero tan rápido que no logré hacer todas las asociaciones posibles. Sólo recuerdo que al llegar me diste un beso y me miraste , yo estaba bastante enquilombado contándole algunos detalles de mí divorcio a mí amiga quien por aquel entonces también era la tuya cuando de repente dijiste que te ibas al quiosco a comprar cigarrillos y ya no recuerdo nada más. Ayy! Qué carajo pudo haberte ocurrido entre esos mensajes de texto en los que me avisabas que recordara que salías una hora más tarde del trabajo y tu llegada a casa. Me lo pregunté millones de veces y no encontré respuesta. El corazón me iba a mil y no sabía si llorar o vomitar. Me vestí, agarré las llaves del auto y al dirigirme hacia la calle mí amiga se interpuso y me dijo: no salgas, Lucía me pidió que no la llames, que no la busques, se fue, dejó su anillo en la ventana. La palabra anillo sonó como la palabra mágica. Me senté con los codos apoyados sobre las rodillas y dejé caer mi cabeza sobre las manos mientras adentro mío iban y venían los pensamientos. Me sentí cosificado, como si todo se resumiera en un objeto. No lograba entender como en semejante situación se pudiera tener tiempo para pensar en sacarse un anillo. Evidentemente en determinadas circunstancias todos nos volvemos inentendibles a los ojos de los demás. Para vos fue inentendible la relación que yo tenía con mi hijo, te molestaba y competías con él quizás con sus mismos caprichos. Y tampoco lograbas aceptar que más allá de desearlo un divorcio siempre es un divorcio. No hacía dos días que me había separado pero dividir bienes es como el anillo que me dejaste. A la hora de partir y repartir siempre terminan jodiendo los objetos. Tanto los que se quedan como los que se van. Quizás vos mezclaste esa división de objetos con la división de sentimientos e imaginaste que por tener que separar con mi ex un par de moneditas también se ponían en juegos las emociones. Como si nos estuviéramos peleando por cuanto amor del otro se quedaba cada uno. No tengo la menor idea de cómo te atrevías a decir que mi ira era inadecuada cuando simplemente era la exteriorización de mi angustia. Y no una angustia por mi ex sino esa sensación opresiva por no poder evitar que esa repartija les cagara la existencia a mis hijos. Si hubiera podido evitar todas esas circunstancias que tanto te introspectaban sin lugar a ninguna duda lo hubiera hecho. Nunca entendiste que no pude. Nooo pude. En ese momento era sólo un pingo en la cancha que corría por primera vez una carrera mientras cavilaba todo lo nuevo. Ese deseo, reprimido, me sobrevoló las ideas tantas veces que cuando lo tuve adelante me abrumó la perplejidad. No llores, y menos acá adentro. Esperá salir de este lugar. Ya te queda poco tiempo sólo tenés que resistir y después cuando estés afuera podrás contarle todo lo sucedido a tu ex. Él sabrá leer mejor que yo todos tus pensamientos. Ya no tendrás que soñarlo todas las noches como cuando estabas conmigo. No aflojes ahora que estás en la recta final. No me queda mucho por decir. ¿Se puso fresco verdad? Estás temblando, deberíamos entrar y dejar este parque. Deberías aceptar que mi único secreto es tener los ojos verdes y que nadie lo sepa. En la punta de mi estoy yo. Yo, implorante, yo, el que necesita, el que pide, el que se lamenta. Pero el que canta y baila. El que murmura al viento. Sí, ya sé que para vos soy un chamuyero. No importa, los vientos me traerán de vuelta todos los verbos que derroché y serán mí posesión y podré al fin asirme a mi soledad intentando domar esa catarsis verbal. Domar mis palabras y hacerlas retornar al lugar de donde nunca debieron haber salido. ¿Te fuiste?¿Ey nena dónde estás? Qué susto. Yo estoy cerca de mi cuerpo, un cuerpo árido y rasposo que seguramente te daría mucho desprecio tocar. Y muero lentamente. ¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo amor. Y cerca del amor estamos nosotros. ¿O no? Claro que estamos pero el amor no está, el amor no existe, el amor es fuga constante. Hablar de amor es una gran pérdida de tiempo. Con los años nos volveríamos primos en el mejor de los casos. Por eso, mí amor, no hay que hablar de amor hay que morir. Morir de risa, de espanto pero morir. ¿Tenés mucho miedo a morir verdad? Puntos suspensivos y más puntos suspensivos Paréntesis Subir y bajarDe camas Del colectivoO del infierno del ego. Todo un trabajo. ¿No? Seguro estarás pensando que he cometido un absurdo sincericidio en este Neuropsiquiátrico. Y quizás tengas razón. Quién sabe, lo cierto es que tuve que volverme un roedor de alcantarilla y meterme por mis intersticios más preciados para llegar a vos. Largarlo todo de un tirón en esta visita. Parirlo. Partirme para armarme de coraje y hacer como alguien dijo por ahí: si querés volverte sabio, primero tendrás que escuchar a los perros salvajes que ladran en tu sótano. Y yo lo hice. Juro que lo hice. Me dejé perseguir por una jauría entera que me hociqueo cada una de mis torpezas. Y por supuesto que no me volví sabio, pero lo intenté. Traté de caminarme, patear la calle y se me vino el siempre encima. Él siempre te tuve miedo. Aha, sí. Soy bastante parecido a vos. Nos temíamos. ¿Nos tememos? ¿Te temo? Ya no. Y creo que vos tampoco a mí. Fue necesario ir al fondo del fondo y remover muchas de mis miserias para atreverme a decir que aún me duele esa noche. Y no me duele en el centro del dolor como vos creés, me duele en la periferia, en el ir y venir. En el agotamiento de no encontrar como pararme para que dieras con alguna parte de mí que te gustara. En lo que creo que soy capaz de no decir por temor a escuchar siempre lo mismo. En lo que creo que no sos capaz de hacer para que siga sucediendo el desencuentro. Es la hora, ya le están pidiendo a las visitas que se retiren. Vos también sos una visita mi amor. No vuelvas nunca más, necesito quedarme de este lado del muro por algún tiempo. Conocer a los otros locos. Intuyo que muchos están de vacaciones y otros, quizás, no debieron haber entrado nunca. Necesito obtener mi carnet de loco. Tener chapa. Reconocimiento de loco. Se me abrirán muchas puertas. No sé si la tuya.