La mano buena sostenía la linterna. La otra, la que sangraba, era un peso que latía con dolor a un costado de su cuerpo. La luz comenzó a parpadear. De pronto, todo fue oscuridad.
No fue el terror de no ver lo que lo agitó, sino el grito ahogado de su novia, que caminaba un paso detrás. Le pidió que mantuviera el silencio, en apenas un susurro.
Hacer ruidos no era un privilegio que pudieran darse. Aquel lugar tenía terrores mucho más grande que la simple y siempre desconocida oscuridad.
Caminaba tanteando con la mano sana, que aún aferraba la linterna como si esta en cualquier momento fuera a despertar de su letargo. Su novia, que no podía calcular dónde estaba, lo empujaba sin querer cada tanto.
El andar se dificultaba por el agua, que les tapaba los tobillos. El sentir los pies mojados y fríos era otro obsctáculo físico y mental.
Una pared de granito tropezó con su mano. Con los dedos fue siguiendo su rastro hasta dar con un espacio vacío. Un conducto hacia alguna parte. Se podía escuchar a lo lejos el sonido de una vertiente. Si el agua iba hacia allí, es que había una salida.
Su novia volvió a emitir un chillido. Lo había hecho en otras ocasiones al creer sentir una rata en sus piernas. Pero ahora, estirando su brazo, había tomado la mano lastimada de él. Dio un respingo de dolor, pero no rechazó el gesto. También había oído lo mismo. Y no se trataba de la pequeña cascada más adelante.
Era una respiración entrecortada, casi un jadeo, proveniente de dónde ellos venían caminando.
- Algo nos sigue - dijo ella en voz muy baja.
- Lo escucho - respondió él, tratando de no alarmarla.
Metió la linterna entre el pantalón y la cintura y en su lugar, tomó el revólver que llevaba en el bolsillo interno de la campera.
- Ponete atrás mío - le pidió a su novia.
Ella obedeció sin chistar, acurrucándose en su espalda.
La respiración se acercaba más y más. Incluso se podía sentir el chapoteo en el agua, de lo que parecía, ser pies o patas de algo muy enorme.
Empuñó el arma y colocó el brazo en horizontal, apuntando hacia delante. Era conciente de aquella pesadilla. Para llegar a ese subsuelo había tenido que utilizar cinco casquillos. El tambor era de seis. Solo le quedaba una oportunidad. Tenía una chance doble: la de acertar y que el fogonozo iluminara lo que los perseguía o la de errar y que el fogonazo alumbrara aquello que los mataría.
- Si llego a fallar, tenés que correr hacia dónde escuchás la cascada de agua.
- Corremos los dos, sola no me voy.
- Corrés sola, si fallo tengo que enfrentarlo. Ya viste lo que nos atacó arriba. Esto parece más grande. Si avanzamos los dos, nos matará a ambos. De esa forma, vos tenés una posibilidad.
- Prefiero quedarme con vos.
- ¡No digas tonterías! Preparate, voy a disparar.
- ¿Y escapar sola? ¿Te creés que afuera voy a estar a salvo? ¿Tenés la esperanza que lo que ocurrió en el laboratorio ya no esté esparcido afuera? ¡Maldita sea, los dos sabemos que ya no hay escapatoria! Acá, afuera, dónde sea. Ya no la hay. Me quedo.
Escucharon otro paso más en al agua, mucho más cerca. Entonces, él disparó.
La luz de la explosión fue suficiente para ver la bestia que los acosaba, mientras la bala seguía su trayectoria.
