Recorrer los cuerpos en las calles, los centros, por sí misma frente al espejo, en la perplejidad del ser humano y en la ironía al buscar la perfección imprecisa. Lo obsceno que puede ser un cuerpo inerte en su lúbrica impunidad.
Miras el diario y pasas las páginas una por una y te detienes casi por casualidad en un aviso que parece dirigido a ti. Lo lees con sigilo, medio abstraído pensando en miles de cosas que debes hacer en el día. Sin embargo, la noticia te detiene, impulsándote a buscar en las páginas amarillas una dirección. De repente te encuentras sumergido en una ruta extraña que te conduce a un lugar. Sientes un estremecimiento como si los caminos te llevaran por sí solos. Tocas la puerta pero nadie sale. Sólo está la portera, a la cual preguntas por lo sucedido, ella responde que la policía ya se ha llevado el cadáver. Repentinamente anota que tiene las llaves, y antes que termine de hablar le entregas 50 soles. Sin hablar te abre la puerta y entras. Tomas un par de fotografías y te asomas a la ventana, por la cual puedes ver una pequeña fosforescente botica de turno. Levantas la vista y reconoces un libro Los Cantos de Maldoror, con extrañeza adivinas que le falta la última página y que está machado de café en la página veinte antes de abrirlo. Aspiras el perfume y notas un par de libretas con apuntes, un lápiz mordido junto a una fotografía e inmediatamente miras tu dedo índice que tiene una leve protuberancia. Reparas una hoja puesta en la impresora ya la vas a tomar, cuando la policía llega y te pide que te retires. Les preguntas quién era y te dicen que no tenía rostro.Al bajar vislumbras tu imagen en los escaparates y puedes desdibujar algunas facciones entre las curvaturas de las vidrieras. Ajena casi equidistante tu perfil se desdobla repartido entre tres paredes transparentes. Miras tu viejo reloj y notas que no funciona. Sigues caminando y al llegar a la esquina encuentras una breve bifurcación, no obstante sabes que vía seguir. Miras tus manos y observas un anillo de piedra verde, sientes rasgar la noche en tu piel. Y apuras la ruta hacia tu casa. Tomas un taxi y buscas la libreta que has tomado a espaldas de los policías. Lees una pancarta en la ruta, la masa de los cuerpos curva el espacio-tiempo. Antes de entrar ves que son las 6 de la tarde, entras a tu apartamento y notas que el café se ha derramado encima del libro que has estado leyendo la noche anterior. Lo levantas lo limpias y buscas desesperada la última página. Buscas la foto en tu impermeable, cotejas tu rostro en el espejo y antes que pudieras voltear suena un silbido de una descarga.(le dedico con cariño este texto a Yurena Guillén, gran escritora y amiga)