Revista Diario

Doctora's Honoring

Publicado el 25 diciembre 2010 por Rizosa
Os voy a contar dos historias basadas en hechos reales, muy reales.
Cuando yo era pequeña recuerdo que solía irme de viaje con mi familia cada San Valentín. Pillábamos dos o tres días y nos íbamos a cualquier hotel de la costa en el que mi abuelo tuviese enchufe por su trabajo y disfrutábamos de unas extrañas vacaciones post-Navidad todos juntos.
El año en que yo cumplí doce primaveras, nos hospedamos en uno de esos hoteles playeros con animación y fiestas de disfraces al acabar la temporada: yo estaba encantadísima de que hubiese tantas familias con niños y niñas y poder así escapar de las garras de mi familia con excusas contundentes. Fue de esta forma que conocí a un grupito de niñas repipis y muy monas que se reunían en los sillones de la recepción para intercambiar impresiones sobre los camareros y sobre los chicos de Sensación de Vivir. Yo entre ellas me sentía completamente desubicada, puesto que los chicos todavía no habían causado grandes estragos en mi inocente vida estudiantil y pava ni tampoco era yo una fan de Brandon o Dylan, porque esa era una serie de mayores y yo, según mi madre, todavía no era lo suficientemente mayor para verla.
Así que me sentaba con ellas y me quedaba extasiada escuchando sus extrañas impresiones y experiencias, comprendiendo palabras sueltas como supongo que comprenderá mi perro cuando le hablo.
Hasta que llegó una nueva familia al hotel. Estaba compuesta por mamá, papá y Barbie, una niña de revista de esas de ojos azules, vestido rosa y una melena larguísima, perfecta y todo lo rubia que una melena natural puede ser. Al vernos consultó algo con su madre y empezó a caminar hacia nosotras contoneando sus caderas cual furcia de bar de carretera de trece años, cosa que ya me impactó de primeras y me hizo preguntarme si ella también llevaría plantillas ortopédicas, como yo, y si era esa la causa de su extraña forma de caminar.
Doctora's HonoringNos dijo que se llamaba Laura y en menos de media hora se convirtió en la Hembra Alfa del grupo. Las demás niñas estaban obnubiladas, encandiladas por la cursilería de nuestra nueva jefa Barbie. Laura era una experta en ganarse la atención de la gente con un simple movimiento de melena, aquel cabello dorado y brillante que le llegaba hasta el mismísimo culo. Yo, que jamás había conseguido que mamá no me cortase el pelo antes de que me llegase a los hombros, observaba aquel melenón y sentía verdadera envidia: estaba claro que el pelo largo te daba poder, como a Sansón.
Durante dos días, todos los niños y niñas del hotel nos dedicamos a seguir a Laura por los pasillos, a observar cómo se cepillaba el cabello en el espejo del baño, escuchando sus historias acerca de sus primeros pinitos en el mundo de la publicidad (anuncios de champuses y demás) y de cuánto se gastaban sus padres en comprarle productos especiales para el cabello que sólo se fabricaban en Estados Unidos. Además, los camareros de la cafetería parecían adorarla, tardando menos que con nadie en servirle la coca-cola y regalándole guiños cómplices entre refresco y refresco.
Ni que decir tiene que yo sentía una mezcla de admiración y envidia. Creo que fue una de las primeras veces en que sentí celos reales en mi vida, ya que aquella melena larga y cuidada convertía a Laura en el ser más poderoso del planeta (del planeta que conocía yo por entonces, claro). Y yo quería ser poderosa, echarme para atrás el flequillo con una caída de ojos y que mamá me permitiese ver Sensación de Vivir sirviéndome una coca cola con una sonrisa.
Así que aquel año, al volver a casa después de las vacaciones, me propuse una meta vital: dejarme el pelo largo. Algún día, cuando creciese y nadie pudiese impedírmelo, conseguiría tener el pelo largo y brillante de Laura y todos me adorarían.
No sé si habréis visto fotos mías, pero por si acaso os lo cuento: lo conseguí. Siendo yo una adolescente empecé a dejar que el pelo me creciese, y aguanté hasta que los primeros rizos me llegaron al culo. Pero teniendo en cuenta lo dejada que soy yo para temas cosméticos y lo poco que me gusta gastarme una millonada en champuses y mascarillas, aquello fue una verdadera tortura. Tardaba centenarios en desenredarme el pelo, y cuando salía de casa siempre lo llevaba recogido porque era un coñazo, me tapaba la cara y daba un calor tremendo llevarlo suelto...
Y, qué narices... tampoco me hizo más poderosa. El único camarero que me ha guiñado un ojo en mi vida fue el de la cafetería de la facultad, cuando le dije que ya acababa la carrera y que le pagaría todos los cafés que le debía.
Hoy por hoy llevo el pelo largo, sí, pero tampoco hasta la cintura y tampoco tan cuidado como debería. Más que nada es que ya me acostumbré a verlo así, me veo mona y todo... pero cuando llega el verano siempre termino dándole un buen corte.
Segunda historia. Ésta será más breve.
No sé si os he contado alguna vez que hubo un día de mi adolescencia en que ligué por internet con un buenorro. Pero buenorro, buenorro, de esos que quitan el hipo y que anuncian colonias sin camiseta en las revistas.
Le conquisté con mi astuta y elocuente verborrea en un chat, y me contó que tenía un deportivo de esos que cuestan una pasta y que hace que todos se giren para verlo rugir por la calle.
Doctora's HonoringLo reconozco, a veces soy débil. Y yo, que tenía un twingo diminuto sin aire acondicionado ni radio, me dejé seducir por la idea de pasear en un deportivo por la ciudad. Así que casi le rogué que quedásemos para dar una vuelta en su coche...  y aceptó.
Quedamos en una calle cercana a mi casa, y cuando le vi aparecer al fondo de la avenida, con su pedazo de Porsche plateado echando humo y acercándose, majestuoso, me derretí.
Supongo que el buen hombre calculó mal las distancias, porque fue llegar hasta donde estaba yo y estamparse con el bordillo de la acera. Raspó todo el bajo del coche, rueda derecha incluida, haciendo tanto ruido que creí que el coche se iba desmoronar.
Todo el encanto del asunto se fue a tomar por saco en 0,2.
¿Qué hemos aprendido de estas historias?
Que las mujeres nos obsesionamos y nos dejamos impresionar por las cosas largas y grandes, pero al final descubrimos que no son nada prácticas y que el tamaño verdaderamente es lo que menos importa.
P.d: Doctora, espero que te haya molao este homenaje. Claramente no tengo tanta gracia como tú contando historias cotidianas, pero hoy me acordé de estos dos episodios de mi vida y no pude resistirme a contarlos.

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