Dolores de cabeza.

Hoy es de esos días que tampoco debería escribir. Dicen que cuando albergas una gran alegría no debes prometer nada y que cuando eres presa de un gran enojo, no debes expresarte por escrito.
Dicen que al día siguiente la importancia de ese asunto tan grave, disminuye.
Dicen que hay que ser tolerante. Dicen que debemos tener la manga ancha. Dicen y dicen. Probablemente porque no sienten lo mismo que tú. Porque ya no recuerdan -si alguna vez la sufrieron- la impotencia que genera una actuación injusta y estúpida. Porque su nivel de pasotismo vital es superior a cualquier afrenta posible.
Bostezo...
Un problema no desaparece porque lo ignoremos. Un problema desaparece cuando se le encara y se le busca una solución. Si la tiene, y si no... Santas Pascuas. Pero ya no producirá más cíclicos dolores de cabeza... que veinte años son muchos, diga lo que diga la canción.
Hoy como ayer, porque nada ha cambiado ni cambiará, doy carpetazo definitivo a mi relación con dos individuos. De nada me sirvió seguir el consejo de borrar y contar de nuevo. De nada me ayudó bajar los propios pantalones, una vez más. Para nada fue útil cargar -literalmente- con regalos que no existieron sino por insistencia propia. Absurdo fue acudir a un evento para el que tuve que desembolsar un dinero en galas que no tenía y con ello abstenerme de lo que necesitaba. Todo para nada.
Despierto...
Ahora sólo me resta pasar página y seguir escribiendo (quién sabe si finalmente conseguirán inspirarme...).
Y una última anotación: que nadie me sugiera cambiar mi forma de ser, de la misma manera que nadie sugiere al mezquino que lo es y debe dejar de serlo. Siempre seré intolerante con la estupidez, como -por ejemplo- siempre seré mujer.
Ya probé a cambiar y he aquí el resultado. Ya no más. Disculpen ustedes...