Reconocerlas, aceptarlas y perdonarnos, lleva su tiempo. No soltamos el equipaje de vida tan fácil, es como si al soltar ese lastre, tuviésemos miedo de volar demasiado alto, tocar los sueños y luego caernos. Y una vez ya te has hecho daño, obviamente no quieres repetirlo, pero así se aprende, tristemente.
Así está aprendiendo mi hija a montar en bicicleta, a base de tener en las piernas muchísimos moratones y heridas de las que espero no queden muchas cicatrices y siempre le digo: ¡No pasa nada, preciosa, venga, sigue! ¡Si es una heridita de nada! y le pongo mi mejor sonrisa, esa que tengo guardada especialmente para ella. Le cuento todas las magulladuras que me hice cuando era pequeña, para infundirle ánimos, para que sepa que no es el fin del mundo, que a todos nos pasan... y se levanta y sigue.
Así que aunque el miedo habite de okupa en nuestro corazón, creo que hay que aplicarse el cuento e ir por la vida, de la misma forma, en la que aprendemos a montar en bicicleta.
Sí, nos caemos constantemente... es lo que tiene ser humano, pero también tenemos la virtud de volver a levantarnos.
Dulce domingo y besos con olor a otoño, que ya se acerca.