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Doña Sancha de Aragón, la cautiva de los Borgia: Segunda Parte

Publicado el 01 octubre 2009 por Ladycaroline
Jofré Borgia fue al encuentro de su prometida. Su apostura y gentiles modales causaron una buena impresión en la casa real napolitana, incluso a Sancha le pareció un jovencísimo caballero muy agradable. El hijo de Alejandro VI recibió elogios de toda la corte, además, su esmerada educación, no tenía nada que envidiar a los otros príncipes renacentistas del momento.

Doña Sancha de Aragón, la cautiva de los Borgia: Segunda Parte


El 07 de mayo de 1494, Jofré acudió al Castel Nuovo en vistas de su inminente enlace. Se hallaba presente el rey, el príncipe Federico tío de la novia, el cardenal de Monreal, doce mujeres y doncellas de Sancha, y algunos miembros de la nobleza.

Fernando Dixer, el tutor de Jofré, colmó a la joven pareja de exquisitos regalos: collares de perlas perfectas, un dije con rubíes, diamantes y gruesas perlas ovaladas, y una fila de sortijas, catorce, de diamantes, rubíes y turquesas, de piedras preciosas de todas clases; y también, piezas de brocado de oro, de terciopelo y de seda, y ornamentos elegidos por especialistas. Sancha no pudo evitar observar maravillada aquellos preciosos obsequios que hicieron avivar en ella un estado de ánimo alegre y optimista. Nada podría satisfacerle tanto como presentarse adecuadamente en una fiesta y ser objeto de las más bellas alabanzas. Sabía que las celebraciones eran una parte indispensable de la vida cortesana, y en breve presenciaría la coronación de su própio padre.

Doña Sancha de Aragón, la cautiva de los Borgia: Segunda Parte

Vistas de la ciudad de Nápoles

Al día siguiente, el rey Alfonso recibió oficialmente una digna coronación en nombre del Papa. Dicho acontecimiento no defraudó a los allí presentes, deslumbrando a todos con su fastuosidad. Alfonso II de Nápoles fue ungido y coronado rey en el obispado, con toda solemnidad y todos los ritos correspondientes. El nuevo soberano aprovechó en momento para conceder favores a los nobles más destacados del reino. Al finalizar la investidura de aquellos ilustres caballeros, las atenciones recayeron sobre Jofré.

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Alfonso II de Nápoles


El joven avanzó, dobló la rodilla a los pies de trono, y fue tocado por el rey en la oreja izquierda con la espada guarnecida de pedrería:

- "Dios y San Jorge te hagan buen caballero".

El vástago del Papa fue nombrado príncipe de Squillace y conde de Coriata, obteniendo además la orden de armiño, "mejor morir que traicionar". Enseguida, tuvo lugar la cabalgata de honor, representación para el pueblo que se había congregado a la espera.
El 11 de mayo se celebró la ceremonia religiosa de las bodas de Jofré y Sancha. La princesa napolitana fue encaminada hasta el altar por su padre, en la capilla real del Castel Nuovo, donde el obispo Gravina dijo la Misa, que no era nada simple. Una de las particularidades de este este sigular acontecimiento era ésta: el obispo, tras haber comulgado, besaba en la boca al diácono, el diácono pasaba el beso al novio, y el novio a la novia. Al dar por finalizada la Misa y la bendición, se dirigieron a un concierto de música y después a un preciado manjar; y por último, colmados de una supuesta dicha y llegada la noche, Jofré fue a aguardar a su esposa a su nueva morada, que estaba muy cercana al Castel Nuovo; y con ella llegaba poco después en companía del monarca y del cardenal Borgia, subió a la recámara núpcial.
Mientras tanto, el séquito de Sancha estaba preparando los últimos detalles para acoger a la pareja recién casada en sus aposentos. Antes de dar comienzo a lo que todos estaban esperando, las damas más viejas se encargaron de desnudar no solo a su señora sino también el recién investido príncipe de Squillace y los acostaron juntos en el lecho, descubriéndoles el pecho hasta la cintura, como estaba indicado en el protocolo habitual. Las mujeres se retiraron, dando paso al rey de Nápoles y al cardenal de Monreal y presenciaron, según la costumbre de la época, la consumación de la unión.

Era una situación que todos los miembros de la nobleza habían padecido y ahora les tocaba a ellos hacer frente con la mayor dignidad posible. Sancha y su marido no podía huir de aquel bochornoso momento. Los dos ilustres asistentes que les miraban no disimularon las risas ante la inexperiencia de los novios y admiraron lo "gracioso y animoso que estaba el príncipe". Quedaba ya poco para el amanecer cuando, bendecido el nuevo lecho, el rey y el cardenal dieron por terminadas sus funciones y se marcharon.

Bibliografía:

Bellonci, María: Lucrecia Borgia, su vida y su tiempo, Editorial Renacimiento, México D.F., 1961.


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