Revista Literatura

Donde viven los monstruos

Publicado el 06 octubre 2011 por B
Tengo un monstruo debajo de mi cama. Se parece mucho a la pantera rosa recién salida de la lavadora. Lo noté anoche entre las sábanas y me invitó a su casa a tomar cervezas. Su casa no es otra que el espacio que hay entre mi cama y el nido. Tiene un par de sofás de sky que no sé de dónde han salido, porque aquí nunca hemos sido de esas modas de extrarradio. Una nevera pequeñaja, una alfombra raída, un cuadro de esos de un famoso con la cara de colores y un Mac viejo. El monstruo no tiene nombre porque los buenos monstruos no tienen nombre, o al menos eso dice él. Lo primero que se me ocurre preguntarle mientras me pasa una cerveza es que si de verdad lo de los sustos a los niños funciona como en Monstruos S.A. Me mira como si fuera retrasada. Voy a replicarle pero me he clavado algo en el culo. Oh, un sujetador mío viejo. Mi monstruo es un voyeur. Qué tal por Madrid, ¿algún monstruo en tu cama?. Es bueno desviando la conversación, aprendió de mí. Pues yo no he notado nada, la verdad. Acerco la mano para tocarle. Es esponjoso. Suave, blandito. Es un monstruo muy gracioso. Pues no me das miedo. Me vuelve a mirar como si fuera retrasada. Pone cara de sabihondo, y suelta una charla. También lo aprendió de mí. Vuelvo a escucharle cuando deja de contar las guerras entre los monstruos de armarios y los monstruos de camas del siglo XVIII. Su historia no me interesa mucho y bebo otra cerveza. ¿Lo entiendes ya? ¿El qué? Lo de los sustos. Me encojo de hombros, pero no se calla. Los niños tienen miedo de los monstruos porque no tienen miedo de la realidad; los sustos se los crean ellos mismos y nosotros les seguimos el juego. ¿Cuánto tiempo? Depende. ¿Y de qué depende? Pues de lo que sea. Joder con el monstruo, qué carácter. Seguimos bebiendo, quiero poner música, pero no me deja tocar su ordenador. ¿Y los miedos? ¿Cómo van? Bah, los de siempre y alguno nuevo. ¿Sigues sin atreverte a tragar ibuprofenos? Será creído. Decido ignorale durante un rato. Se pone a hablar de tonterías y me confiesa que le dan miedo las aspiradoras y la Dormidina. Y a mí qué. A mí nadie me ayuda con lo de los ibuprofenos. Le doy las gracias por las cervezas, pero que es hora de irme, que son casi las seis de la mañana y no he dormido nada. Ah, y me llevo mi sujetador, si no te importa. Pues mira no, no me importa, porque con lo enormes que las tienes seguro que ahí ya ni te entran.

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