Revista Literatura
Dormí contigo
Publicado el 27 agosto 2010 por 4nthony192Soñé que despertaba en tu cuarto, en tu cama de dos plazas. Y no comprendía cómo conseguí dormir contigo en una cama tan pequeña. Pero allí estábamos, juntos y abrazados, castos en extremo como si fuésemos dos niños ingenuos. Intenté besarte mientras dormías, pero me resistí porque pensé que violaba tu espacio y, si acaso despertabas, temía que me tomaras por un aprovechado. Por eso renuncié a probar tus labios y me acomodé lo mejor que pude a tu lado.
Te observaba dormida y respirando sutilmente. A ratos movías los labios sonriendo o fruncías tu frente como si algo o alguien, en tus propios sueños, te irritaba. Al verte así no aguanté sonreír y, como si me hubieras visto congraciarme contigo, también sonreíste y hasta soltaste una pequeña risita. Entonces pensé que si te despertaba iba a arruinarte el descanso que mereces, después de todo, tú has trabajado más que yo y, ciertamente, estudias con mayor empeño y dedicación.
Estabas muy linda y reparé en los lunares de tu cara, en tu piel lisa y fresca, en tus cabellos oscuros y abundantes. No me importaba que la mañana se me fuese a tu lado, respetando tu silencio, disfrutando del encanto cómplice de estar en una cama contigo, amándote con candidez y en secreto. No me importaba que el silencio gobernara en todo el tiempo que dormías, porque justamente el silencio me ayudaba a escuchar tu pausada respiración que, en ese momento, era una música apacible.
Intenté hacer memoria y recordar cómo demonios (o, mejor dicho: ángeles) terminé en una cama contigo, qué pudo haber sucedido la noche de ayer o en la madrugada de hoy. No somos bohemios ni drogadictos, tampoco me creía capaz de haberme bebido alguna sustancia que me dopara o, en todo caso, nos dopara y unido en una suerte de erotismo desenfrenado. Menos sospeché que alguna comida afrodisiaca nos haya excitado y llevado a tu cuarto. No tenía jaqueca ni sentía culpa alguna de haber incursionado en los terrenos prohibidos de tu cuerpo o el mío. Me sentía más casto que nunca y te percibía inocua y virginal.
Me percaté que estaba usando pijama, mi propio pijama de rayas verticales y azules, nada menos. Y tú usabas un pijama que, sospeché, era tuyo (rosado con bolitas blancas). Poco a poco fui cayendo en la cuenta de lo que realmente estaba sucediendo, pero me resistía a aceptarlo. Entonces te besé en la frente para que te despertaras.
Te despertaste. Tus ojos recibieron los míos con ternura y te quise mucho desde ese instante. Intenté besarte y probar finalmente tus labios delgados, rosados, novatos e inocentes, pero volviste tu rostro hacia el lado opuesto dejándome en claro que no estabas dispuesta a amarme ese día.
– ¿Sabes, Romina? Desde hace, más o menos, un par de meses que te quiero no como a una amiga, sino como se quiere a una mujer, quiero saber si tú sientes lo mismo que yo–te dije con aires de derrota porque sospechaba que tú no sentías lo mismo.
–Estás equivocado Adrián, sólo somos amigos –me dijiste y me sonreíste para que deje de llorar.
–No sé por qué me enamoré de ti, Romina; pero no pretendas que no llore un poquito siquiera. Te quiero y no procures que no lo haga. Hace tanto que no sufro por alguien y yo sé que sufrir por ti estaba escrito en mi destino –te contesté y nos abrazamos con fuerza.
Después me besaste despacio, me pediste que cerrara los ojos y mordiste mis labios. Nos alojamos en el lado tuyo de la cama y, torpemente, fuimos abandonando la pureza de nuestros cuerpos virginales y, llevados por el frenesí, quebrantamos los pactos de decencia que nuestras convicciones religiosas condenan sin duda. Nos entregamos mutuamente en un asunto engorroso y sensual que me hizo recordar a aquellos sueños que me asaltaban constantemente en la pubertad.
Desperté y, por más que lo intenté, no pude volver a soñar.
Me desperté de madrugada, en mi cuarto, con mi pijama de rayas azules. Estaba emocionado y perplejo a la vez. Sin duda: un sueño afectuoso, apasionado, turbio e indecente. Me bañé para purgar mis delitos. “Uno no tiene la culpa de lo que sueña como tampoco de las cosas que escribe”, me dije y me convencí de ello.
Salí de la ducha con ganas de escribir este artículo y cayendo en la cuenta de que ya me había vuelto a enamorar.