Dormir como una princesa

Tras una hora de charla sobre nuestro futuro profesional, confesando ambiciones, María me dice: “No quiero ser traductora, quiero ser princesa”. Hay días así, en los que sería mejor ser una princesa pizpireta de las que pinta la ilustradora Rébecca Dautremer. Pero sólo un par de días oye. Lo justito para descansar.
Porque no queremos comer perdices, queremos divertirnos. Queremos ser dueñas de nuestra vida y decidir cuándo, dónde y con quién desconectar. Nosotras preferimos los hoteles boutique a los castillos. Os pongo un ejemplo: el Hotel Nordic Light en Estocolmo. Su bodega tiene vinos americanos difíciles de conseguir en el mercado, ofrecen cromoterapia y camas del fabricante sueco Hästens, caprichos suficientes para dormir como una princesa.
Cuando María me dijo que quería serlo no la imaginé en un Castillo de Walt Disney, la imaginé sentada en el light bar & lounge del Nordic con una copa de vino tinto en la mano, resoplando su flequillo rubio con timidez y absorbiendo la luz de cada estancia. A mí me falta la luz de Madrid. Esas tardes de cielo naranja, rosa y rojo. Espero tener algún día mi propia cama de princesa donde nací. La que tengo ahora no está mal es grande, de matrimonio. Tengo un balcón que da a un jardín junto al Bodensee, y un póster de Penélope Cruz que dice: VOLVER