Iván de la Nuez
Repetimos una y otra vez que las redes sociales se han dejado colonizar hasta lo inaceptable por el trazo grueso, el panfleto en miniatura y la jauría. Entonces, aparece un libro como Ironía on (Anagrama) y rescata el valor del habla digital como una conversación pública de masas.
Remarcamos que Internet ha llegado a dominarnos de un modo tan absoluto que ya no hay alternativa fuera de sus confines. Entonces, se publica un ensayo como L’infiltrat (Arcàdia) que urde su plan de fuga desde una teoría errante.
En medio del escarnio nuestro de cada día, Santiago Gerchunoff rastrea el poder de la ironía en ese ágora hiperpoblado que define las redes. Lluís Calvo, por su parte, procura escapar de esas mismas redes como un espía que trabaja para su propia conveniencia. Ambos coinciden en la posibilidad de subvertir el sistema. Sólo que no mediante una confrontación especular, ni con el lenguaje de esas retóricas de la intransigencia de las que ya había renegado Albert O. Hirschman.
Cuando resulta imposible tomar el palacio de invierno, siempre queda la opción de erosionarlo…
A Gerchunoff esta estrategia le permite, de los griegos a Twitter, avanzar en una arqueología que resucita al viejo Eiron como un antihéroe contemporáneo. Una actualización que abarca desde los prejuicios morales sobre el carácter nocivo de la ironía hasta los juicios políticos que la conectan con la democracia moderna. Pese a su amplio dominio de las redes digitales, Ironía on funciona como una red en el sentido físico: un arte de pesca que te permite sacar a la superficie rémoras y también premios.
A diferencia de Adorno, Sartre o Foster Wallace, anti-irónicos sin remedio, aquí la ironía aparece como una entidad socrática. Siempre esgrimida a la riposta, no es posible concebirla en soledad. La ironía necesita público y contrincante. Su aplauso y su ultraje, el like o el unlike.
Gerchunoff no esquiva su mala fama, su imaginada o real pulsión perversa, su entendimiento como una plaga “tóxica” que se explaya por Internet como antes lo hizo por la televisión, la literatura o el carnaval. En cualquier caso, esa masificación de la conversación pública no es monopolio exclusivo de la ironía. También se han resquebrajado, con la avalancha de los desplazamientos, figuras épicas como las del exiliado o el disidente.
Si Ironía on es un libro acotado, L’infiltrat resulta expansivo.
Sin llegar al negacionismo de un Evgueni Morozov o un Jason Lanier, Lluís Calvo apuesta por la pertinencia de burlar las cámaras de vigilancia o desconfiar del Google Earth, tanto como desviarse de las calles iluminadas donde se aglutina la ostentación de lo visible. Una manera de revertir la escala geológica para convertirla en humana y de configurarse como esa piedra (rodante) en la que Roger Callois veía una montaña en potencia.
Y es que el sistema se puede trastocar a base de acelerar o frenar a contrapié del ritmo que impone su maquinaria. Contraprogramarlo y apagarlo si fuera necesario.
De Homero a Foucault, pasando por Walter Benjamin o una pléyade de artistas y cineastas, Calvo iguala el acto de caminar al de pensar. De ahí la impronta de Josep Pla o Werner Herzog en la construcción de su, literal, hoja de ruta para vagar por cuenta propia. O la necesidad de huir y desaparecer en un paisaje en el que al silencio se le supone un don revolucionario y en el cual es imperativo infiltrarse hasta la exageración, como sólo puede hacerlo un negro en el Ku Klux Klan. Un gesto que supere todo caballo de Troya, cualquier camuflaje para engañar al enemigo.
Allí donde Gerchunoff saca provecho de la exposición, Calvo lo extrae del escondite. Si el primero concuerda, implícitamente, con el Joan Fontcuberta que atisba en el selfi la continuidad del diálogo por otros medios, el segundo se adhiere, explícitamente, a la poética del caminar esbozada por Perejaume. Y si en Ironía on todo el tiempo martilla una política, en L’infiltrat va percutiendo una poética.
Estamos ante dos conspiraciones de la teoría situadas tan lejos del oportunismo panfletario al uso como de la añoranza por un régimen perdido “de verdad objetiva”. Dos libros que, frente lo inocuo de seguir esgrimiendo las causas perdidas del pasado, han tenido el coraje de pensar con categoría el presente de sus consecuencias.
(*) Publicado en Quadern, El País, 9 de mayo, 2019.
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