Dos mates que esperan la lluvia de otoño

En la baraja de tus ojos avisto besos
impacientes en tan pacientes salas de esperas
que se escriben en parques y se bañan en vasos,
que se olvidan en un olvido cuando las horas
dimiten su existencia y una luna especula
dónde vararán nuestros faros tras navegar
por un mar de gabetas, por un río que maula
lo que somos: fotos, rubik, pasos sin hogar.
Por pensar pensé correr una gruesa cortina
metálica, gris, carente de graffitti,
sobre el sello de Gene Kelly, sobre la insulina
que canta Zenet y los sueños de Benedetti.
Por pensar pensé asumir ser una carrera
que nunca llegará a conquistar el Tourmalet,
quizás el final de James Dean sin barrera
o un Alone Together sempiterno de Chet.
Y sin embargo me embargas las noches de luto,
las canjeas por un gracejo de nochebuena
sin yo secundar moción en ese parlamento
que brota de tu boca y ahuyenta la pena.
Tu sonajero asaltó mi trinchera, tus faros
terminaron por terminar con la guerra fría
que padecían mis derrumbados calendarios.
Y ahora, como un tímido Dandy de guardería,
sonrío alfajores, busco el secreto en tus ojos
y comienzo a salir, tibio, de la caracola
sentenciando que en esta ciudad, tras los matojos,
hay un vinilo que quiere grabar la gramola
de dos mates que esperan la lluvia del otoño