Dos revólveres (ii)

Publicado el 15 junio 2013 por Benymen @escritorcarbon

¿AÚN NO HAS LEÍDO LA PRIMERA PARTE?

Braulio, El Rojo, estaba apoyado en la barandilla de madera fumando un cigarrillo con parsimonia. Desde donde estaba podía ver toda la planta baja del bar con sus mesas desvencijadas y su barra desgastada. El Rojo debía su apodo al color de su pelo, aunque nadie lo diría ya que hacía varios años que lo había perdido todo. Su cara estaba curtida por el sol, como cuero viejo, y en ella destacaban dos ojos azules que, cuando te miraban, parecían ver lo que realmente pasaba por tu cabeza. Nada se le escapaba a Braulio que, al igual que una araña, tejía su intrincada red desde el centro de su pequeño reino: el bar Oeste.

Desde su privilegiado punto de vista, El Rojo vio entrar a Tomás “Pistola pesada”, llamado así por un lejano incidente en el que Tomás desenfundó tan despacio que recibió tres disparos antes de sacar su arma. Una vez en el suelo, mientras perdía sangre por sus tres heridas, sacó fuerzas para levantar el revólver y acertarle a su rival entre ceja y ceja. Tom se había ganado el mote y, después de un par de meses recuperándose, un puesto en la organización de El Rojo. En la actualidad, Pistola pesada era la mano derecha de Braulio y esa mañana volvía de haber enterrado a la última víctima que se había negado a pagar.

Tom miró de reojo a la barandilla desde la que sabía que El Rojo observaba la escena. Intentando aparentar normalidad, se acercó hasta la barra y se apoyó ocultando su cara bajo el sombrero. Pasaron unos minutos antes de que Braulio decidiera volver a la habitación que usaba a modo de despacho, un cuartucho que antes servía como almacén. Allí tenía un catre y El Rojo se tumbó dispuesto a dormir un par de horas, sabía que nadie vendría a El Oeste hasta el medio día.

En cuanto escucho el ruido de la puerta cerrarse, Tomás se relajó a ojos vista. Le hizo un gesto a Jasón, el barman, para que se acercara.

—¿Vas a hacerlo ahora, Tom?— Preguntó el esquelético camarero entre susurros.

—¿Voy? Dirás vamos, imbécil, estás tan metido en esto como lo estoy yo. Dame el alambre.

Jasón sacó un alambre de entre las botellas de licor y se lo pasó a Tom, le temblaba el pulso. Pistola pesada vio el temblor y lo atajó sujetando con fuerza la muñeca del barman mientras lo miraba a los ojos con fiereza.

—Asegúrate de que no te tiemblen las manos cuando sujetes al Rojo—

La pareja de conspiradores subió en silencio hasta la primera planta y caminaron hasta colocarse frente a la puerta que daba al despacho de Braulio. Tomás agarró con ambas manos el alambre y lo tensó probando su resistencia. Cuando estuvo contento con sus ensayos, le hizo un gesto con la cabeza a Jasón y éste abrió con cuidado la puerta para que Tom entrara a cometer el asesinato.

Continuará.